El váter de Trump

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

WILLIAM EDWARDS

28 ene 2018 . Actualizado a las 08:34 h.

En la primera semana de abril de 1917, el artista francés Marcel Duchamp envió a una gran exposición que organizaba en Nueva York la Sociedad de Artistas Independientes un meadero de porcelana que había comprado unos días antes y que firmó con el seudónimo R. Mutt. La pieza, que tituló La fuente, nunca llegó a ser expuesta. Ni siquiera sobrevivió a la muestra más que a través de una fotografía de Alfred Stieglitz. Las réplicas que se conservan las firmó Duchamp cuando su váter había emprendido ya el camino para convertirse en la obra de arte más influyente del siglo XX, aunque en realidad no esté claro que fuera él quien envió la pieza -se apunta a la alemana Elsa von Freytag-Loringhoven- ni las verdaderas intenciones del francés. Nada de eso importa. La fuente se considera el origen del arte conceptual y un siglo después reluce como símbolo de todo lo que sucedió después, al demostrar que por encima del objeto, el arte es contexto y subversión. Pero hay quienes juzgan a Duchamp como un mamarracho y al arte contemporáneo que anticipó una tomadura de pelo cósmica. La directora artística del Guggenheim de Nueva York ha tenido que pensar mucho en Duchamp estos días. El presidente de EE. UU. activó un viejo privilegio que permite a los inquilinos de la Casa Blanca elegir una obra de los fondos del museo y disfrutar de ella mientras gobiernan el país. Trump reclamó una pieza de Van Gogh, pero Nancy Spector le ofreció un reluciente váter de oro del italiano Maurizio Cattelan, que hace unos años esculpió a un Juan Pablo II derribado por un meteorito. Habrá quien al fin encuentre utilidad al arte conceptual.