El presidente contra la agencia federal

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

SAUL LOEB | Afp

03 feb 2018 . Actualizado a las 09:07 h.

A estas alturas ya está claro que Donald Trump ha mentido acerca de sus reuniones, o reuniones de representantes suyos con mediadores más o menos oficiales del Kremlin. Pero, de momento, y esto es la clave de la cuestión, solo consta que Trump mintió a periodistas, no al Congreso o a la policía. Solo en estos dos últimos supuestos habría obstrucción a la justicia, el delito por el que se quiere iniciar contra él un proceso de destitución (impeachment).

Es útil compararlo con los precedentes. Nixon sí mintió al FBI, y sobornó testigos. Clinton ocultó pruebas y manipuló testigos. A algunos de ellos les pidió incluso que prestasen falso testimonio. Hasta ahora, nada parecido se ha podido probar contra Trump. Es cierto que el proceso de impeachment es más político que judicial -al fin y al cabo, quien toma la decisión final es el Congreso, no un tribunal-. Pero, justamente por eso, la única manera en que un presidente que goza una mayoría en las cámaras, como es el caso de Trump, pueda ser destituido, es si su conducta resulta tan claramente delictiva que una parte de sus correligionarios decidan votar contra él. Y, a veces, ni siquiera esto es suficiente: Clinton era culpable y la mayoría demócrata le protegió de la destitución.

Lo sospechoso de Trump es que, a pesar de que su situación no es tan mala, él se empeña en actuar como lo haría un culpable. Su decisión de cesar a James Comey, el investigador especial de su caso, tampoco es obstrucción a la justicia, pero la hace verosímil. De hecho, la investigación sobre Trump ha comenzado a retroalimentarse. Ya no se indaga su supuesta colusión con Rusia -las relaciones entre los dos países son tan malas que esa acusación ha perdido interés-, sino que se escudriña la manera en que Trump y su equipo reaccionan ante la investigación misma.

Con alguien como Trump es difícil saber si el nerviosismo es un signo de culpabilidad o un rasgo de personalidad. Su empeño, ahora, en que se publique un informe que acusa al FBI de partidismo es el último ejemplo de esa estrategia autolesiva. Hasta podría ser verdad que, como dice el informe, el FBI haya actuado de forma poco ortodoxa para conseguir que un juez le permitiese vigilar a un colaborador de Trump. Pero ni a Trump debería preocuparle tanto que se investigue a sus colaboradores ni esa manera de actuar del FBI prueba que esté politizado -más bien parece el exceso de celo característico del competitivo mundo de Washington-. Trump no va a acabar con esa cultura agresiva de la política norteamericana, entre otras cosas porque él mismo es su encarnación más notoria. Arremetiendo de ese modo contra el FBI y el Departamento de Justicia, sin embargo, el presidente sí se está garantizando el antagonismo de una organización corporativista y poderosa. Antes o después, esto le costará caro.