Éramos pocos y parió Montoro

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

05 feb 2018 . Actualizado a las 08:44 h.

España sufre un grave desorden político, en el que, más allá de la matraca catalana, nos agobia el bloqueo casi total del Congreso, de algunas autonomías y de los mayores ayuntamientos del país. Ni hay consensos, ni se hacen reformas, ni se legisla. La oposición, siempre dispuesta a evitar que el Gobierno gobierne, es una jaula de grillos a la hora de proponer alternativas. Lo único que funciona, por ahora, es la política económica, que, sometida a las directrices de la UE, cuya ejecución es abordable por decreto, nos llena de éxitos y buena imagen, a pesar de que los presupuestos siguen bloqueados por la oposición. 

Por eso es incomprensible que, faltando a los principios en los que el Gobierno dice inspirarse, el ministro Montoro haya lanzado su irresponsable y absurda propuesta de hacer algunas quitas en la deuda autonómica, que solo podrían favorecer a las comunidades más díscolas, insolidarias e irresponsables, y perjudicar gravemente a aquellas otras que, con su rigor y lealtad, contribuyeron a crear el buen momento que vivimos. La propuesta de Montoro, que es una grave injusticia, un insulto y una llamada al desorden financiero del Estado, contradice el espíritu de la última reforma constitucional aprobada por PP y PSOE. Y por eso plantea cinco graves quiebras que comprometen la obra de Rajoy.

Si hay quita, en primer lugar, ya no será posible ningún acuerdo para la financiación autonómica, al haberse dado la señal de que todos los pactos son papel mojado, y que al que más chufla se le hace capador. Tampoco se mantendrán en orden las finanzas del Estado, ya que las autonomías quedarán advertidas de que ajustar sus finanzas y hacer el gilipollas viene a ser prácticamente lo mismo, porque nuestro Estado paga generosamente la deslealtad. La tercera machada es invitar a la marrullería y la zancadilla, porque el propio Estado le está dando a los pródigos e irresponsables una disculpa de apariencia formal -la de compensar a las comunidades peor financiadas por el actual sistema- que, además de revisar retroactivamente un modelo ya caducado, convierte en víctimas a los agresores -¡pobre Cataluña de Puigdemont!- y a los agresores en víctimas -¡cómo abusa del poder la Galicia de Feijoo!-. El cuarto problema es que, si el Estado resuelve sus problemas haciéndose trampas, es imposible que esa cultura no se traslade a las demás instituciones, empresas y ciudadanos. Y el quinto sacrilegio es que, al proponer una ruptura informal y trapalleira del principio constitucional de solidaridad, se le plantea a nuestra economía el único envite que no puede superar.

La consecuencia es que Montoro, si no rectifica sabiamente, debe ser cesado, y que las autonomías perjudicadas, a cuya cabeza está Galicia, deben plantear este asunto como un casus belli en el que solo es leal enfrentarse al Gobierno con todas las consecuencias.