Guindos, el precio y el premio

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

08 feb 2018 . Actualizado a las 08:13 h.

Eso de ser vicepresidente del Banco Central Europeo debe de ser en política lo más parecido al Euromillones en lotería. Te garantiza ocho años de estabilidad laboral, cosa con la que ningún mortal se atreve a soñar en estos tiempos, salvo que te llames Amancio Ortega. El sueldo tiene pinta de ser razonable y da para ahorrar unos eurillos por segundo. El despacho no lo conozco, pero seguro que es confortable y dotado de ciertas comodidades. La forma de vida, tranquila, salvo cataclismo financiero; pero incluso con cataclismo, es mucho más tranquila que de ministro. Y la presión mediática, perfectamente soportable, porque a ver quién recuerda una crítica al vicepresidente que Guindos va a sustituir. Don Luis de Guindos y Jurado es una persona perfectamente envidiable.

Su candidatura ha sido largamente trabajada, según se desprende de sus palabras de ayer. El presidente del Gobierno, el ministro de Exteriores o él mismo se emplearon a fondo ante un mínimo de catorce gobiernos. Y todos ellos han garantizado su apoyo, según confesión del candidato, lo cual me hace suponer que el aspirante irlandés terminará por retirarse. Este tipo de negociaciones son como todas. Quien promete su apoyo, lo hace con una anotación y con una frase de ritual: «me debes una». Y se cobra, claro. Nadie da nada gratis, y solo el señor Rajoy sabe cómo está el balance de deudas con los socios europeos, sobre todo después de los apoyos pedidos y recibidos en la cuestión catalana.

Donde no deja deudas la negociación de Guindos es en España. Él se lo cocinó con Rajoy, Rajoy no consultó con nadie ni tenía por qué hacerlo, y solo el Partido Socialista amagó una extraña protesta porque Luis de Guindos no es una mujer. Si en vez de llamarse Luis se hubiera llamado Isabel, como la ministra de Agricultura, no sé qué argumentarían Pedro Sánchez y Margarita Robles. Ciudadanos todavía no puso el Banco Central Europeo como condición para apoyar los Presupuestos. Y el resto de la izquierda española, política y sindical, cogió el manual de objeciones y leyó las que el manual ponía: el culpable de los ajustes, de la proletarización de las clases medias y de la devaluación salarial no tiene credenciales para representar a un país progresista como España.

Y yo ¿qué quieren que les diga? Que entre un irlandés y Guindos, siempre me quedaré con el español; que eso de no dimitir de ministro antes de ser elegido es estar al plato y a las tajadas, jugar con ventaja y creo que un mal ejemplo para el contribuyente; que la política económica del país se dirige mal con el ojo puesto en la ciudad de Fráncfort; y que todo se perdona si España recupera con Luis de Guindos presencia institucional en los grandes centros de decisión.