Los entresijos de la corrupción

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 feb 2018 . Actualizado a las 08:02 h.

«Me da igual lo que diga este señor, es un delincuente». Con estas palabras despachó Cristina Cifuentes la declaración de Francisco Granados ante el juez. La presidenta de la Comunidad de Madrid expresaba así su indignación porque Granados la había perjudicado doblemente: por una parte, la hacía conocedora de la financiación ilícita del Partido Popular regional y, por otra, le atribuía una relación sentimental con Ignacio González. Pero Cifuentes es fuerte: supo sonreír ante los medios informativos, poner cara de seguridad y reaccionar anunciado una querella contra el chivato. Toda una guerra civil en el Partido Popular de Madrid que un día fue símbolo de éxito político y de gestión. Lo de Esperanza Aguirre e Ignacio González es todavía más grave. Paco Granados fue a por ellos sin miramientos. De hecho, parece como si hubiera solicitado su declaración con una única finalidad: denunciar a sus antiguos jefes, sobre todo a su antigua jefa Aguirre, y hacerlos responsables de la creación y funcionamiento de la caja B. No tenemos noticia de que haya pretendido justificar su propio dinero, sus fincas y mansiones, o aquel millón de euros encontrado en el altillo de casa de sus suegros, salvo en la parte dedicada a desmentir a su antiguo amigo el empresario Marjaliza. Tiene el aire de una venganza largamente pensada. ¿Cómo se llama a eso? Morir matando; afrontar un destino personal incierto, pero llevándose por delante todo lo que pueda. Y se llama algo más: aunque Granados no sea un tipo de fiar, sí permite entrar en los entresijos de la corrupción al seguir la misma vía abierta por Ricardo Costa por las cuentas del PP valenciano. Granados contra Aguirre, González y Cifuentes es lo mismo que Costa contra Camps. Ambos coinciden en decir a los respectivos jueces lo que a mucha gente le parece lo más lógico y elemental: miren ustedes hacia arriba, señorías; los responsables de los manejos eran los grandes responsables políticos; los acusados hacíamos trapicheos financieros, pero no otorgábamos obras ni concesiones a sus espaldas; no crean a quienes alegan desconocimiento de lo que hacíamos o argumentan que controlar los fondos no entraba en sus competencias ni en sus ocupaciones.

Interesante cambio de escenario, aunque ignoremos la trascendencia que los magistrados darán a las declaraciones de Costa y Granados. Interesante, porque en todos los grandes juicios por corrupción que están abiertos, todos los cabezas visibles alegan lo mismo: que ellos no han sido, que ellos no sabían, que ellos no miraban las cuentas. Granados puede ser un delincuente. Puede ser un ciudadano rencoroso y vengativo. Todo eso le quita credibilidad. Pero abrió las puertas a una nueva investigación judicial.