El flequillo de Anna

OPINIÓN

SALVATORE DI NOLFI

24 feb 2018 . Actualizado a las 08:28 h.

Los medios han convertido el flequillo de Anna Gabriel en una metáfora. Reproducen su imagen en una entrevista a un periódico suizo y se detienen en las horquillas con las que ahora se despeja la frente. Es normal que se paren en el cambio pero intriga el mensaje subliminal. Se puede intuir el pensamiento que oculta el teleprompter: «Mira esta puñetera que ahora va de buena chica para dar pena a los suizos mientras aquí se paseaba con su tupé de jarrai».

El flequillo de Anna dispara al corazón de una mera circunstancia capilar, un hecho biológico que en las mujeres también es un debate. La melena de una hembra humana lleva todo un diccionario enciclopédico adosado. Digan ¡rubia! y harán mucho más que describir. Señalen ¡pelirroja! y la exclamación se llenará de contexto.

Hay mechas de derechas, flequillos abertzales, cortes machorros y hasta rizos de identidad racial. Para muchas mujeres negras, doblegar los caracoles con productos químicos ha sido un acto de sumisión contra el que muchas ahora se rebelan. Zulaika Patel, nacida en Sudáfrica en el año 2003, muchos años después de la demolición oficial del apartheid, inició en junio del 2016 una protesta contra su colegio. Ubicado en Pretoria, el centro exigía que todos los peinados de las alumnas fueran «conservadores, pulcros y acordes con el uniforme». No se toleraban «estilos excéntricos», algo que la escuela relacionaba con la envidiable pelambrera que el ADN concede a la raza negra. Su demanda movilizó a todo el país y su imagen de hermosa adolescente con su cabellera vibrante al frente de una manifestación simbolizó el largo camino que todavía le resta a la igualdad.

Prueben a ser una mujer joven con una ortodoxa melenaza, decidan cortarse las crines y emular a Mia Farrow en La semilla del diablo y prepárense para escuchar todo tipo de reproches, muecas, exclamaciones e incómodos silencios. Cada mechón trasquilado parece ser un acto de rebelión. Qué agotador.

Una de las últimas revoluciones asociadas a la mujer lleva el nombre de un color. El gris del pelo maduro. El gris de los años. El mismo gris que a ellos los hace maduros interesantes y a nosotras viejas. Hasta ahora, las canas femeninas eran un acto de rendición, un reconocimiento de la jubilación como ser sexual, un semáforo. Pero algo está cambiando. En el año 2015 la francesa Sophie Fontanel, 54 años, se plantó un día y decidió dejar de visitar cada quincena a su peluquero para cubrirse las canas. Periodista y escritora especializada en moda, decidió compartir todo el proceso con sus miles de seguidoras en Instagram que vivieron la metamorfosis como una liberación. Prescindir de los tintes resultó ser un acto identitario que cada vez comparten más mujeres y que ha sido bautizado como Grey Revolution. La paradoja es que el gesto se ha convertido en tendencia. Hoy, las jóvenes más modernas del lugar vuelven a consumir horas frente al espejo de la pelu esperando a que la química actúe. Para teñirse el pelo de gris.