Los «Demolition Parties» copan la cartelera

OPINIÓN

01 mar 2018 . Actualizado a las 08:12 h.

Hay algunas películas de acción -valgan los ejemplos de Doctor Zhivago, Roma citta aperta o Lo que el viento se llevó- que consiguen tejer su historia en una alucinante combinación de belleza, amor y violencia de la que siempre sale vivo un mensaje positivo, un personaje atractivo y un relato inolvidable. Y otras -Demolition man, La jungla de cristal o Rambo, entre otras muchas- que identifican la acción con la destrucción, la afouteza con las palabrotas y el relato con una sucesión caótica de gasolina ardiendo, dinamita estallando, forzudos ametrallando, coches chocando, buenos matando y malos muriendo. Pero es bien sabido que cada género cinematográfico tiene su público fiel y que la idea de que la valentía solo se demuestra arrasando, matando, copulando y sudando es la que en nuestros días hace más taquilla y la que mejor conecta con la estética de anormalidad, transgresión y nihilismo moral que nos caracteriza en estos tiempos.

Los americanos -que fueron auténticos maestros en ambos géneros- saben que esa contradicción es la vida misma y que, en la misma forma que conviven el canto gregoriano con el heavy metal, los vestidos de Chanel con los saggy pants y los cooperantes voluntarios con los acosadores y violadores, también en el cine y la política nos balanceamos entre lo cutre y lo sublime, como si Torrente y Casablanca no coincidiesen en ser cine, o como si la España de la transición y la del populismo demoledor no fuesen el mismo país. Y la historia viene a demostrar que, cuando más medios tenemos para hacer y ver cine, para almacenar y escuchar música, o para seleccionar y lucir ropa, más lejos andamos del glamur y la belleza.

Todo esto se hace más evidente, para un politólogo, cuando a la época de las grandes producciones políticas, como la transición, la entrada en la Unión Europea, la estabilidad democrática, la reconversión industrial y agraria y la dotación de infraestructuras -que equivalen en política a Lo que el viento se llevó en cine-, le suceden ahora Stallone Rivera, Bruce Willis Sánchez y Jake Gyllenhaal Iglesias, decididos a protagonizar un episodio de demolición general del que, en vez de salir una alternativa de gobierno, un nuevo sistema, una nueva Constitución o una forma más justa y eficaz de hacer política, va a salir olor a gasolina, tímpanos reventados, leyes derogadas, populismo insostenible y un país -¡Dios me libre!- buscando entre los escombros una nueva transición.

Y no lo digo yo. Lo dicen ellos, que acaban de programar un país sin presupuestos, con una oleada de indignados presionando al PP con exigencias orientadas a generar desafección, y con una batería de derogaciones de leyes que van a bloquear los últimos resortes de gobernabilidad que quedan operativos. Proyectos constructivos ¡ninguno! Porque el futuro se hará con más partidos, más naciones, más gente, más tertulias, más disenso y más populismo. Pero creo que van a ganar. Porque a Bruce Willis y a Stallone nunca les faltan espectadores.