El maquinista de las generales

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

04 mar 2018 . Actualizado a las 09:29 h.

Como cito de memoria no retengo el título del filme, pero sí la desternillante escena que voy a relatarles. Un grupo de revolucionarios mexicanos, al mando de un generalito, asalta un tren a punta de fusil, cuando uno de ellos, en el fragor de la balasera, mata al conductor. La reprimenda de su jefe es inmediata, pues su subordinado la ha hecho buena (lo escribo tal como recuerdo que sonaba): «¡Pos ahora si que la cagastes Troncoso! ¡Vas y te matastes al maquenista!». La cosa no era, claro, para menos, pues, ¿para qué sirve un tren si no hay quien lo conduzca?

Los partidos que han decidido que España no pueda gobernarse (todos menos el que ganó con una corta mayoría los comicios) se comportan, en realidad, como Troncoso, que se carga al maquinista sin que nadie de entre los que con él perpetran el asalto pueda sustituirlo al frente del convoy. ¡Un negocio desastroso!

Desastroso, sí, porque impedir que quien tiene la mayoría relativa dirija el país resultaría explicable si el objetivo fuera la disolución anticipada de las Cortes con la expectativa de que de unas nuevas elecciones surgiera una mayoría capaz de poner fin a la situación actual de parálisis e ingobernabilidad. Lo cierto es, sin embargo, que nada indica que vaya a ser así, sino todo lo contrario. Las encuestas dibujan, de hecho, a día de hoy un sistema de partidos mucho peor para la gobernabilidad que el actual: en lugar de dos fuerzas grandes y dos medianas, cuatro de tamaño relativamente parecido. Lo que, de confirmarse, ampliaría el caos en que vivimos.

Y es que un sistema democrático no puede funcionar -sigamos con el cine-, sin un maquinista de las generales, es decir, sin un partido que solo o con el apoyo de otro u otros pueda gobernar. En los países con sistema mayoritario (Gran Bretaña o EE. UU.) la ley electoral asegura, casi siempre, un claro ganador. En los que tienen un sistema proporcional son los electores quienes controlan esa decisión, de modo que si un gran número prefieren el caos político a la estabilidad, nada cabe contra ello salvo reformar la ley electoral para hacerla menos proporcional y no más, como quieren Ciudadanos y Podemos.

Todo indica que los electores hoy convencidos en España de que más democracia y más lío son sinónimos son los suficientes para convertir la gobernabilidad en imposible. Conclusión que, nacida de un amplio y explicable cabreo con los dos grandes partidos, olvida sin embargo un dato incontestable: que los mejores años de nuestra historia política, económica, social y cultural fueron aquellos en que tuvimos maquinistas de las generales. Maquinistas, es verdad, acomodaticios, a veces abusones y en ocasiones con las manos sucias de carbonilla hasta extremos insufribles. Pero, maquinistas capaces de conducirnos hacia un destino conocido, lo que es mucho mejor que estar parados sin ir a parte alguna o que descarrilar.