Megacomadres

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

11 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En distintas culturas, a lo largo de la historia, en sociedades (lo son casi todas) enminentemente patriarcales se celebró un día de inversión de roles en el que mandan las mujeres. Hay la fiesta de Santa Águeda en localidades de Castilla, hay distintas versiones de Les Comadres en Asturias, había en la antigua Roma una Matronalias en el que las casadas gozaban de los mismos privilegios que los hombres. En modo alguno la enorme movilización de 8 de marzo vivida en esta semana --que no fue para ninguna inversión de roles sino para reclamar una igualdad efectiva y real-- puede quedar sólo en eso, en un sólo día, una isla en el calendario en un océano de injusticias y despropósitos. Ojalá no lo sea pero sí existe ese peligro.

Ya en la concentración del mediodía en la plaza del Ayuntamiento de Oviedo se podía percibir que no era una protesta como las otras. Fue una concentración emocionante, multitudinaria como pocas que yo pudiera recordar y en la que participaron mujeres (hombres también pero no es lo relevante) de toda edad y condición. Había muchísimas estudiantes jovencísimas, pero también señoras orgullosas de sus años y de todo lo vivido a la contra, había madres con niños y niñas, había grupos de amigas, había compañeras de muy distintas luchas bregadas en todas la adversidades. El mismo prólogo de Oviedo se vivió en la mayor parte de las ciudades de Asturias y se cerró la jornada con una manifestación en Gijón que, como en tantos lugares de España, reunió una muchedumbre alegre y contestataria como es debido que nadie podrá olvidar. Se ha abusado tanto del concepto de día histórico que da cosa poner el adjetivo, pero eso fue.

Fue una enorme movilización, hubo manifestaciones extraordinarias, pero se anunció como una huelga que siendo honestos no cumplió su objetivo. No, no lo hizo, y no lo digo por malmeter, ni por chinchar, ni por poner peros como un enrabietado, ni con resentimientos, ni tampoco por minusvalorar la grandeza del día. Una huelga se hace para parar la producción y no se paró. Quizá fue porque la convocatoria llevó en muchos momentos a equívocos sobre quién podía participar o no, sobre si lo que no hicieran unas tendrían que cubrirlo los otros; quizá porque unos sindicatos convocaron una jornada completa mientras que otros consideraron suficiente paros parciales. La huelga en sí se pudo notar en determinados sectores, pudo ser masiva entre estudiantes, más que relevante en medios de comunicación (y esto es importante) pero no paró la actividad económica. No lo hizo ¿cuál es el afán de engañarnos?

¿Es importante esta perorata? Quizá no, pero sí aprecio que nos tratemos como adultos que decimos las cosas como son y no como nos gustaría escucharlas. Mi temor, visto no tanto el resultado del jueves, como el de todas las anteriores huelgas generales laborales convocadas en los años de la crisis es que un instrumento de este calibre, que llegó a ser realmente ta poderoso, haya dejado de serlo. Que quizá no pueda realizarse nunca más una huelga que paralice de verdad el país, por la debilidad extrema de unos sindicatos desorientados que ya sólo son fuertes en sectores muy determinados, que más allá del sector público y la industria tienen escaso poder. Por la precariedad extrema que no sólo empobrece a los trabajadores sino que ha debilitado radicalmente su capacidad de acción colectiva.

En España nos manifestamos casi mejor que nadie. Dudo que haya un país que no sea un régimen totalitario asiático en el que puedan celebrarse demostraciones (perdón por el anglicismo) públicas del tamaño de las que aquí ocurren. Pero cada mañana desde hace años nos despertamos y el dinosaurio sigue aquí. ¿Cuajarán las movilizaciones en una acción política real en el parlamento? La experiencia reciente me lleva al pesimismo. Ojalá, lo deseo de corazón, tenga que comerme todas estas mis palabras.