Castigos y merecimientos. Cadena perpetua y mequetrefes desencadenados

OPINIÓN

17 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay gente que merece la muerte. Sólo por autoengaño o pereza se puede repetir la monserga de que nadie merece morir. Pero tenemos toda la razón los que no queremos en ningún supuesto la pena de muerte. Hay individuos que cumplen sesenta y cinco años y que siempre fueron malas personas y no merecen la solidaridad de nadie. Pero tenemos toda la razón los que apoyamos esta movilización de pensionistas que exige que todos podamos encarar la última madurez y la vejez con recursos dignos. Pero no se exige esto porque creamos que todo el mundo lo merece. Como no merece atención sanitaria un desalmado que entra pegando tiros en una escuela y resulta malherido por la policía. Y tenemos razón en atenderlo y curarlo, pero no porque lo merezca. Nuestros servicios públicos y nuestro sistema penal no están concebidos para que cada uno se lleve lo que merece. Ni tampoco extendemos la capa de civilización a quien se ganó nuestra repulsa porque queramos ser buenos y misericordiosos. Lo que hacemos con los sistemas de protección y con los castigos por los delitos es moldear nuestra convivencia, tomar la sociedad como si fuera plastilina y darle la forma en la que nos gusta vivir. Reprimimos las conductas intolerables con la fuerza y la cárcel. Como una sociedad organizada siempre es más fuerte que los delincuentes, puede elegir la forma en que reprime las conductas indigeribles. La represión no se discute y no falta en ninguna sociedad civilizada. La elección es si arrinconamos al crimen de manera que lo normal sea vivir al margen de su sordidez o si ponemos tan en primer plano la infamia del acto criminal que tengamos la roña de su inmoralidad en nuestra vida corriente y en nuestro ánimo. Y lo que hacemos es lo que nos conviene y lo que nos hace mejores, con independencia de lo que merezca el infame. A un niño que pega a otros, rompe cosas y chilla para desquiciarnos no le aplicamos toda la fuerza que tenemos, pero no sólo porque sea un niño y pueda no merecerlo. Es que no es así como queremos vivir, no nos hace falta para controlar al niño díscolo estar todos los días en ese estado infeliz en el que quieres dar puñetazos. No lo necesitamos, tenemos fuerza de sobra para hacer otras cosas. Y hasta para tener compasión e intentar que aprenda otra conducta. Con los niños siempre. Puede que con la asesina de Gabriel no, puede que con otros adultos sí. Como digo, la fortaleza de las sociedades civilizadas permite la represión y la consideración de todas las posibilidades, incluidas las más benignas y desde luego incluida la posibilidad de que el rencor, el miedo, el dolor o la ira que acompañan al crimen sean materias con las que traten profesionales (jueces, policías, servicios sociales, …) y no la materia de la convivencia ordinaria.

Cuesta sacar algo positivo de la miserable sesión parlamentaria sobre la cadena perpetua, salvo el resultado de la votación. No hay gráficas en las que quepa la bajeza moral del PP. C’s se va acreditando como un partido perfecta y esféricamente inmoral. Pero no es ese el principio ni el foco de la historia. No se puede encarar la vileza mostrada por las derechas más que desde convicciones básicas y firmes. Y no las vi en la izquierda que votó contra la cadena perpetua. El ingrediente principal del fango con el que el PP quiere llenarnos de mierda era la impúdica presencia de los padres de víctimas de crímenes horrendos y conmovedores, como Diana Quer o Mari Luz Cortés, con el pequeño Gabriel casi de cuerpo presente. El PP quiere que el desgarro de las víctimas y la extrema maldad de la asesina estén tan en primer plano que en nuestro ánimo no quepa más que lo que merece la canalla y nos olvidemos de cómo queremos que sea nuestra sociedad. Y la izquierda no mantuvo ante la mirada dolida y severa los padres de las víctimas la entereza y asertividad que nuestra convivencia reclamaba. Se permitieron salir del hemiciclo con unos azotes en el culo y una lección infligida. El PSOE ahora quiere marear la perdiz, quiere derogar la cadena perpetua pero que la derogación no llegue nunca. Podemos bajó la mirada ante los padres y musitó que a lo mejor podía hacerse un referéndum sobre esto. Es decir, lo más parecido a un linchamiento: tenemos a estos infames, pueblo, qué hacemos con ellos. Y no es que las ideas en Podemos, y espero que en el PSOE, no estén claras.

Faltó presencia, afirmación y altura. El dedo de los padres nos señala, nos exige y nos imputa complicidad con el mal o falta de empatía con el bien. Respetuosamente: el padre de Diana Quer no era mejor que yo antes de que muriera su hija; respetuosamente: después de que muriera tampoco; tiene derecho al dolor y a la ira, tiene mi solidaridad y mi acompañamiento en el llanto, y hasta tiene mi comprensión de su debilidad si me insulta;  pero, respetuosamente, no tiene mi inferioridad moral ni cívica. Sigue sin ser mejor que yo. Alguien en el hemiciclo debería haber hablado a la nación respetuosamente y con firmeza mirando a los ojos de las víctimas con entereza. No se puede convertir la solidaridad con las víctimas en un gimoteo melindroso deshabitado de principios.

El PP tiene razón, desde luego, en que nuestro código penal es demasiado blando. ¿No estaba por allí, con lo ojos inyectados de ira, Fernández Maíllo, a quien no se puede investigar porque los delitos que se le imputaron en Caja España habían prescrito, de tanto que se tarda en investigar a un aforado? La ruina de las Cajas fue un saqueo inmisericorde al país. ¿Cómo es que nuestras leyes dejan que esos delitos prescriban? ¿Qué tal vive Rodrigo Rato? ¿Sigue en peligro, como dijo Jorge Fernández para justificar que se pasease por el Ministerio del Interior como si no estuviera imputado por delitos espantosos? ¿No piden a gritos el endurecimiento de las leyes la presencia en el senado de Pilar Barreiro o las regalías en que se solaza Federico Trillo, aquel que jugaba a pinto pinto gorgorito con los restos de nuestros militares y las bolsas que deberían identificarlos para sus familias?

Recordaba estos días, con datos precisos, Javier Fernández Teruelo que España es un país con pocos homicidios, menos que los envidiados países nórdicos, y sin embargo tenemos más población reclusa que la mayoría de Europa. Tenemos un código muy duro para una criminalidad muy baja. Recuerda también este jurista que el horror de Gabriel no es nuevo, siempre hubo asesinatos de niños, pero ahora menos que nunca. El PP no quiere la cadena perpetua (los periodistas deberían imponerse el sano hábito de contar las cosas con sus propias palabras, y no las de los interesados: ni las extorsiones de ETA eran un impuesto revolucionario, ni la amnistía fiscal fue un afloramiento de activos ocultos, ni la cadena perpetua es una prisión permanente revisable) porque haya problemas nuevos ni más graves que aconsejen un cambio llamativo. Acumuló tanto fango en estas décadas que ahora nos quiere enmerdar a todos con sus miserias. La experiencia catalana parece haber ratificado a C’s que no hay calamidad que no venga cargada de oportunidades. La manera desvergonzada con que cambia de criterio según sople el aire (qué ridículo resultó Rivera el día después de la manifestación feminista) revela su falta de escrúpulos y su inmoralidad. Lo que hubiera hecho este chico si le hubieran tocado los tiempos de ETA.

La sociedad española perdió un asalto. Los basureros llenaron de basura el hemiciclo, los informativos y nuestras conversaciones. Los que resistían en el barco de la civilización no mantuvieron el tipo y bajaron la mirada. Respetuosamente y con firmeza, mirando a los ojos de las víctimas, el código penal es como todo lo demás: la forma en que modelamos la sociedad en que queremos vivir. Respetuosamente, tienen nuestra solidaridad, pero no nuestra inferioridad ni moral ni intelectual.