El secesionismo no viaja ya a ninguna parte

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Alejandro García

28 mar 2018 . Actualizado a las 15:33 h.

La situación de los secesionistas catalanes va pareciéndose a paso de gigante a la de esos jugadores que no hacen otra cosa que perder y que, en su desesperación, intentan recuperarse subiendo la apuesta en cada mano… con lo que se hunden a gran velocidad.

Es posible, claro, que durante unos días, o incluso unas semanas, el secesionismo movilice a varias docenas de miles de personas en Cataluña y en el conjunto del país al grito de que España es un «Estado fascista y represor», donde no hay libertades y los discrepantes están en la cárcel o el exilio. Pero, dado que todo lo exagerado es insignificante -como ya dejó escrito hace más de dos siglos Talleyrand-, con un discurso situado a años luz de la realidad de la actual España democrática y plural, que cualquier observador objetivo puede desmentir, no solo los nacionalistas serán incapaces de sumar más apoyos a su causa, sino que incluso irán perdiendo, de entre los suyos, a los menos radicales.

Basta ver el bajísimo perfil del PNV en relación con el desafío secesionista catalán para captar hasta qué punto va mucha gente estando harta del fiasco formidable en que el llamado procés ha consistido. Y basta ver la reacción, cada vez menos pacífica y más minoritaria, al toque de rebato contra la respuesta judicial que ha dado a la rebelión nuestro Estado de derecho para darse cuenta de que la resistencia contra él está condenada a un fracaso tan seguro como estrepitoso.

La cosa, por tanto, no tiene duda: cuanto más tarde el secesionismo en tirar la toalla, pasar página y salirse del día de la marmota en el que lleva viviendo muchos meses, más complicado será abordar las dos tareas más urgentes que Cataluña tiene por delante: recuperar la normalidad política e institucional, lo que solo podrá hacerse dentro del marco autonómico cuyos límites vienen fijados en la Constitución; y comenzar la lenta y ardua tarea de recoser la sociedad que la rebelión ha destrozado, sembrando la peor cizaña que cabe imaginar: la de las identidades. Finiquitado el procés, es hora de abrir otro proceso: reconstruir la concordia donde se ha sembrado la discordia y reasentar el principio del imperio de la ley donde ha dominado el del abierto desafío a la legalidad. No será fácil, por supuesto, pero resultará tanto más difícil cuanto más se dilate en el tiempo el actual delirio.

Ponerle fin exige reconocer una evidencia: que los líderes secesionistas impulsores de la confrontación política y civil no podrán protagonizar la reconstrucción. Ahí reside el gran problema. Y también la razón que explica el círculo vicioso infernal en el que el secesionismo se ha metido. Abrir una nueva etapa en la vida catalana exige que quienes no estén implicados en causas judiciales y quieran seguir en política activa reconozcan su derrota y su propósito de la enmienda. Los que no quieran hacerlo o, por haber ido demasiado lejos, ya no puedan, sencillamente deberán volverse a casa.