Infierno

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

FILIPPO MONTEFORTE

01 abr 2018 . Actualizado a las 09:41 h.

El único brote pío de su vida la sentó varias horas ante el altísimo esperando con ansia una revelación que nunca se produjo. Salió del experimento irremediablemente atea y con un anticlericalismo patológico que variados representantes de la Iglesia se encargaron durante años de alimentar con esmero. Hubo en el camino quebrantos graves pero quizás el desacuerdo más folclórico brotaba cada vez que alguien hablaba del infierno y le comunicaba a aquella mente en teoría infantil los detalles del tormento eterno en un averno con atmósfera de azufre muy poco creíble. Aquellas descripciones realistas de cadenas crujiendo y de cuerpos pecadores consumidos por el fuego eterno pusieron la puntilla pintoresca a su rotundo ateísmo y zanjaron para siempre la breve travesía religiosa de la rapaza. Pudo influir también que algunos de los pecados que abrían las puertas a las tinieblas los tenía apuntados en escrupuloso orden para cometerlos en el momento preciso. Es justo reconocer que en esto fue muy puntillosa y que la posibilidad de un encuentro con Belcebú nunca diezmó su capacidad de saltarse mandamientos por delante y por detrás. Estos días ha trascendido que el papa le ha confesado a un periodista que el infierno no existe y que el Vaticano, guardián del asunto, ha desacreditado la exclusiva advirtiendo sobre el ateísmo del plumilla, como si descreer te convirtiera en un soldado siempre dispuesto a socavar la milenaria estructura con las artimañas más arteras. Y es ahora, cuando el jefe de la Iglesia duda sobre el infierno, cuando advierto que Francisco yerra donde aquellos oscuros curas acertaban. Claro que el infierno existe. Hay muchas que habitan en él. Y muchos. Solo que no está donde ellos decían.