Palestina agoniza y la ONU disimula

OPINIÓN

MOHAMMED SABER | EFE

02 abr 2018 . Actualizado a las 08:25 h.

Antonio Guterres, secretario general de la ONU, acaba de pedir una «investigación independiente» sobre la masacre de palestinos el día de Viernes Santo.

Y eso significa tres cosas dramáticas: que Guterres aún no sabe bien lo que pasa en Palestina desde hace setenta años, por las mismas fechas y por las mismas causas; que la ONU tampoco dispone de información independiente sobre la criminal chapuza que fue la creación del Estado sionista de Israel, y que por eso está pensando en contratar a cualquier oenegé, o a cualquier expresidente sin nada que hacer, para que redacte un informe estéril que nadie va a leer; y que, mientras Israel va a seguir identificando la fuerza con el derecho, todas las grandes potencias van a seguir enredando la madeja con el mito de un Estado palestino que solo se concibe como una prisión al aire libre, en la que los palestinos deberían entrar y disciplinarse voluntariamente, para ahorrarle al ejército israelí la función de carcelero.

Lo que pasa es que la ONU sigue tolerando, avalando y protegiendo un Estado étnico-religioso que lleva el apartheid en su ADN; que priva de derechos humanos y políticos a la mitad de su población; que fundamenta la próspera economía de unos en la absoluta pobreza de otros; que mantiene una guerra latente que le prodiga cuantiosas limosnas occidentales, y que de momento no tiene ningún horizonte de estabilidad y éxito que no pase por un genocidio más o menos explícito del pueblo palestino.

El conflicto israelo-palestino surgió de la peregrina idea de «desvestir un santo para vestir otro».

Y, para llevar a efecto tamaño disparate, se maquinó que, mientras los Estados europeos se deshacían de la disidencia judía mediante una teatral reposición del mito de la Tierra Prometida, el pueblo palestino debía ser condenado a sufrir una diáspora equivalente a la que se trataba de evitar.

Y, aunque el holocausto nazi sigue suministrando elementos de comprensión para el nuevo mito de la Tierra Prometida, es evidente que toda la simpatía que Israel despertó hace setenta años no debe prevalecer sobre este desorden estructural que implica la incrustación de un Estado étnico-religioso en el avispero de Oriente Medio.

Antonio Guterres no puede ignorar que el Estado de Israel, tal como está concebido, y con la función militar que asumió para Occidente, solo se puede mantener con este procedimiento represivo y cruel que, al ejecutarse periódicamente contra el pueblo palestino, pone a la ONU en la ingrata tarea de decir una simpleza cada dos años -la de este año fue «hagamos una investigación independiente»- para seguir huyendo hacia delante sin necesidad de desmantelar tan flagrante atropello.

Por eso, aunque sé que este conflicto no tiene solución a corto plazo, exijo mi derecho a no ser incluido, como un grano más, en la anónima duna de los que piensan que «es lo que hay».

Como si el dolor y la guerra los hubiese enviado Yahvé.