El cifuentesgate, chollo para Rajoy y miseria para la universidad

OPINIÓN

10 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Rajoy, que siempre espera que a todo ocurra espontáneamente fumándose un puro, ha conseguido al fin, sin querer, algo que nos distraiga de la lumbalgia catalana. El presidente es el emperador gallego de la procrastinación, que viene siendo vaguería pero dicho de forma pedante. Así estaba, haciendo tiempo, cuando le ha caído el cifuentesgate, que ha espantado a la prensa del banquete del procés igual que a una bandada de gaviotas volando a un barco más grande y jugoso. Los indepes continúan, melancólicos, haciendo cosas raras para llamar la atención; pero ni fugas, ni lazos, ni volteretas: por el momento nadie les hace caso gracias al culebrón de la presidenta de la comunidad de Madrid. Esperanza Aguirre y una docena de antiguos cargos ahora marginados, presidiarios o ninguneados se tronchan con risa malvada, en privado y a veces en público, del marrón en el que se ha metido la presidenta. Cifuentes se debía de ver a sí misma como la Venus de Boticelli, naciendo políticamente inmaculada entre una multitud de mangantes, pero su carrera ha finiquitado abruptamente como un golpe de guillotina. La historia es tan enrevesada que tiene pinta de ser absolutamente cierta. Achacarles a los socialistas la elaboración de semejante jugada da risa. De hecho, ya quisiera el PSOE, que está hecho unos zorros, haber conseguido tal exclusiva. Qué va, se enteró por la prensa.

De poco le vale a Cifuentes revolverse como si se sintiera ultrajada: la cosa del máster de palo parece tan apabullante que es muy probable que no sólo le cueste su futuro político, sino que además llegue a un final muy feo en los tribunales. Y es obvio que cada vez menos se atreven en el partido a darle apoyo a una causa radiactiva.

Por el camino, la Universidad Rey Juan Carlos, que fue hace unos meses el hazmerreír con las payasadas del rector copión, ha quedado ya a la altura del betún, si es que esto quiere decir aún más bajo. Es injusto para la mayoría de los estudiantes que han pasado por ella, pero también hay que tomar nota de lo que ensucia la política a quien se arrima demasiado cuando no debería. La reflexión es que resulta triste, pero real, que las universidades españolas sufren demasiadas injerencias del poder político, que las atornilla y les pone bozal con los presupuestos. No hay rector que se atreva a plantar cara a la consejería de turno si al mes siguiente tiene que ir a mendigar fondos. Y como he dicho, son los estudiantes los que acaban pagando el pato.