Cifuentes, cocinada en su propia sangre

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

Julio Muñoz | EFE

11 abr 2018 . Actualizado a las 08:06 h.

Como ya he conseguido que me tilden de misógino y machista -e incluso de otras cosas que no puedo reproducir aquí por respeto al Libro de Estilo- por recordar que Cristina Cifuentes afirmó un día que a veces se hacía «la rubia» para triunfar en las reuniones con hombres, voy a tener que volver a escribir sobre la todavía -a estas horas- presidenta de la Comunidad de Madrid, a ver si así logro, al fin, que me llamen falócrata, cipotudo y heteropatriarcal, que es lo máximo a lo que puede aspirar un columnista en este país.

No volveré a citar el color del pelo de Cifuentes, pero sí me tendré que preguntar -una vez más- por qué en España nadie dimite jamás a la primera. Porque el 21 de marzo, cuando eldiario.es publicó el episodio piloto de esta telenovela sobre el máster inexistente de Cifuentes, la presidenta ya estaba muerta, momificada y enterrada. Ante sus ojos apareció un gigantesco game over, como aquellos que nos pedían cinco duros más para seguir jugando a los marcianitos en la máquina de los salones recreativos. Pero Cristina Cifuentes, tan moderna e impecable ella, no sabe o no quiere ver que es un cadáver andante, a pesar de que sus compañeros de partido ya entonan el oficio de difuntos y el réquiem.

Jamás entenderé esa obstinación tan de la política española por no tirar la toalla con dignidad al primer golpe, cuando se sabe que el k. o. va a ser inevitable y que el final del combate va a dejar al futuro dimisionario convertido en un eccehomo -el de Borja, no el original-.

Porque lo que está haciendo Cristina Cifuentes con este empeño en aferrarse con uñas y dientes a la poltrona de la Puerta del Sol es inmolarse al estilo en que cocinamos en Galicia las benditas lampreas del Miño y del Ulla: se está cociendo a la bordelesa, a fuego lento y en su propia sangre. Y no sé exactamente qué beneficio puede obtener de que, al final de todo esto, la presenten en Génova 13 cortada en toros, con la salsa que tiñe de oscuro la sangre y acompañada por unos humildes torreznos y unas montañitas de arroz.

Lo de la presidenta ni siquiera tiene la gloria mística de un martirio. La están achicharrando en la parrilla, como al diácono San Lorenzo, pero este al menos tuvo la coña marinera de pedir a sus ejecutores que le diesen la vuelta, que de ese lado ya estaba hecho. Se ve que hasta para mártir hay que valer. Y Cifuentes no sirve.

Aunque, para martirio, el que le han organizado a Mariano Rajoy. Porque a nuestro presidente del Gobierno lo que menos le gusta es tomar decisiones. Una curiosa paradoja, sí. Pero fue él mismo quien lo sentenció en una frase épica: «A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión» (sic). Y ahora, entre Cifuentes que no renuncia, el PSOE y Podemos que montan una moción de censura en la Asamblea de Madrid y los de Ciudadanos que ya se han puesto farrucos y piden la dimisión de la presidenta, van a obligar a Rajoy a adoptar una decisión. Y encima esta semana, cuando está de viaje en Argentina, hay Champions, y hoy juega su Real Madrid del alma. Yo no sé cómo se puede ser tan cruel con un político que tanto ha hecho -o no ha hecho, según la teoría mariana de que no hacer es mucho mejor que hacer- por España. Que país tan mezquino y poco agradecido. Así nos va.