Benditos sean los (libros) inútiles

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

23 abr 2018 . Actualizado a las 09:06 h.

Siempre he disfrutado de exquisitos amigos. Mis enemigos, por desgracia, rara vez han estado a la altura. En la infancia, cuando me sentaba a leer en las escaleras de la señora Generosa, había uno (enemigo de baja estofa) que a menudo me decía lo mismo: «Eres un inútil». He convivido con mi inutilidad con altibajos, lo confieso. Tuve épocas de esplendor en la hierba, y otras en que la hierba se introducía en mi garganta hasta ahogarme. Resistí lo suficiente y llegada esta edad (54), ya gozo plenamente de los pequeños placeres: regocijarme en mi inutilidad, por ejemplo. Mi profesión redactora, escribir artículos o libros, no sirve para nada. Lo sé. Quizá la belleza tampoco sirva. Pero sin ella no concibo mi vida. Sin los poemas que he leído. Sin las novelas a las que regreso para volver a recordarlas. Bioy Casares, tan cómplice de Borges, dijo que el recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el propio libro. Estamos hechos de sueños, escribió el bardo de Avon. Y de emociones. Con esa materia se construye el lado óptimo de la humanidad. Queremos ser felices con nuestros sueños y emociones a cuestas. No hay sustancia más común a todos los seres de la tierra. En los libros he encontrado una forma de felicidad que une a los hombres. Un vínculo, como un hilo, que cose corazones. Hablo de los libros gustosos. Porque ya estoy harto de escuchar que hay que leer de todo. Cuánto me arrepiento de haber leído tantas y tantas banalidades. Esas que son incapaces de pellizcar y que simplemente se quedan en pasatiempos. La felicidad va mucho más allá de eso. A mis alumnos les suelo decir que la literatura es un oficio, o vocación, similar al de los alpinistas. Y que solo cuando llegas a conquistar una cima descubres verdaderamente la razón del arte. Concluyo. La razón del arte es su propia inutilidad, la misma que la hace tan útil. Los libros no producen riqueza material, ni social reconocimiento, pero otorgan sabiduría y altura. La altura que nunca tienen los malos enemigos. Esos que, cuando te ven leyendo sentado en una escalera, te llaman inútil. Ojalá fuera 23 de abril todos los días del año.