20 may 2018 . Actualizado a las 13:44 h.

Llegó al plató después de un mitin en el que el vendaval Podemos empezaba a soplar justo antes de aquellas elecciones europeas en las que irrumpieron como una alternativa emocional en tiempos de desazón. Todavía era un tipo con el magnetismo que sugieren los periféricos y sin las hechuras pretenciosas de estrella del rock que después vimos, cuando quería asaltar los cielos dando mítines en rap. Era rápido, educado y culto y enseguida desplegó el goloso mapa teórico que millones de ciudadanos le compraron en aquellos días de náusea. Se dirigía a la «gente normal» que no tenía cuentas en Suiza, áticos de 600.000 y, literalmente, «chalés en Valdemoro». Aquellos mandamientos de la normalidad indignaron a Tuco Cerviño, ex diputado del PSdG que participaba en aquel programa de televisión. Al socialista le salió la chaqueta de pana, la sanidad pública e Isidoro. Con el mejor legado del Partido Socialista en la cabeza, desplegó un latigazo indignado y dolido hacia Pablo Iglesias que resultó inútil; aquellos días todavía le salía todo bien al joven político. Cerviño se reclamaba una y otra vez con un afligido «yo soy gente normal» que sonaba mortificado e inconsolable. Pero su reclamación chocaba con la indolencia feliz del joven Iglesias, implacable en el reparto de plantillas de normalidad y champús anticasta.

CESAR QUIAN

Aquellos días Pablo Iglesias dejó dicho quién era la gente normal. Precisó, casi feroz y con los detalles del más minucioso amanuense, quién era pueblo y quién despreciable ralea. Apenas cuatro años después, según su propio manual, él ha dejado de ser normal. Pero con las fotos de su dacha rebanándole la credibilidad tiene derecho a indignarse como aquel día lo hizo un ofendido Cerviño. La normalidad va de otra cosa, se puede conservar hasta con un chalé en la sierra y aquel populismo de Alcampo resultó ser un gran error que Podemos está empezando a pagar.