Un presidente que no está a la altura de la partida

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

MANDEL NGAN | Afp

26 may 2018 . Actualizado a las 09:59 h.

Ayer Donald Trump todavía añadía más confusión a su repentina cancelación de las conversaciones de paz con Corea del Norte, al declarar que estas todavía podían celebrarse. De momento la cumbre sigue cancelada, pero de las palabras de Trump hay que deducir que ya se han puesto en marcha mecanismos para intentar corregir el inmenso error que ha cometido el presidente. En eso consiste la manera de entender la política de Trump: en una errática sucesión de gestos contradictorios cuyos pedazos tienen que ir recogiendo sus colaboradores, procurando que el daño no se extienda.

Pensemos simplemente en las últimas semanas de Trump en política exterior. A mediados de abril dio la orden de atacar Siria con misiles; a principios de mayo anunció su retirada del importantísimo acuerdo nuclear con Irán; unos días después trasladaba la embajada norteamericana en Israel a Jerusalén, en medio de graves enfrentamientos entre palestinos e israelíes. Y ahora, apenas diez días más tarde, cancela la cumbre con Corea del Norte, quizá el encuentro diplomático clave de la década. Todas estas decisiones, si uno se fija, tienen mucho en común: todas son destructivas, impulsivas, más bien arrebatos que otra cosa. Carecen de contexto, de lógica, de seguimiento. No hay en ellas un plan, una estrategia. Solo son arranques de ira o de optimismo injustificado.

La cancelación de la cumbre con Corea del Norte es un ejemplo perfecto de esta política intempestiva. También lo es de la pésima comunicación que existe en la Casa Blanca. El consejero de seguridad nacional, el halcón John Bolton, había propuesto que la negociación con Corea del Norte se basase en el «modelo libio». Se refería a que la Libia de Gadafi, en su día, negoció la cancelación de su programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones. Pero el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, entendió mal esta alusión y la convirtió en una amenaza de que, si no se llegaba a un acuerdo, «Corea del Norte acabaría como Libia». El ejemplo era especialmente desafortunado, no solo por las circunstancias espeluznantes en las que Gadafi terminó sus días, sino porque Gadafi había cumplido con su parte del trato y fueron Estados Unidos y sus aliados quienes aprovecharon la primera oportunidad para apoyar su derrocamiento. Una manera desafortunada de vender el acuerdo.

No es sorprendente que una alta responsable diplomática norcoreana, Choe Son-hui, calificara las declaraciones de Pence de «estúpidas». Pero esto bastó para que Trump se pusiese furioso y, en un gesto impaciente, suspendiese la cumbre, haciendo de nuevo una imprudente mención al poderío nuclear norteamericano y a su disposición a utilizarlo. Ahora habrá que ver las consecuencias del gesto. Porque, aunque Trump no parezca entenderlo, en el mundo, y especialmente en la diplomacia, todo tiene consecuencias. La cumbre todavía podría sobrevivir, pero, como los malos jugadores de póker, el presidente ya ha mostrado antes de empezar que no está a la altura de la partida.