Fin de Rajoy. Y el Ícaro de la derecha desvela un gran secreto

OPINIÓN

02 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ícaro recibió de su padre Dédalo unas alas de cera y plumas para salir volando del laberinto del Minotauro. Cuando se vio volando quiso volar más alto. Y quién no. Tanto subió que el sol fundió la cera y se cayó al océano. Rivera ya se había declarado hijo putativo de todos los poderosos, había repartido babas por todos los despachos, había lamido todos los culos. Y finalmente Vargas Llosa lo ungió, lo tomó con sus manos y lo soltó como una paloma a los cuatro vientos de la libertad. Las encuestas decían que ganaba. Así que volaba y quiso volar más alto. Y quién no. Nadie le advirtió de que la audacia de la mediocridad es más vulnerable que unas alas de cera y que, cuando se vuela demasiado alto cargado de ramplonería, la cortedad fulmina el vuelo con más impiedad que el sol. Aznar le dijo que tenía cualidades «relevantes», pero no que le faltaba todavía un fervidín. Así que decidió volar y mostrarse. Y perpetró aquella bazofia patriotera en la que presentó ese callo de «España Ciudadana». La ranciedad del llegó a su culmen cuando Marta Sánchez cometió esa versión suya del himno nacional que deja a nuestra Marcha Real hecha un mejunje. Hasta los medios afines informaron de aquello en voz baja y con prisa. En Madrid, intentaba aparentar regeneración, a la vez que sostenía una corrupción sistémica; y sensatez, a la vez que buscaba maneras de no censurar el esperpento de Cifuentes. Sus contorsiones circenses mostraron con transparencia su oportunismo y su pequeñez.

Llegó la moción de censura y se le acabaron de derretir las alas. Rivera volvió a hacerse el contorsionista queriendo desgastar al PP a la vez que de ninguna manera quería echarlo para poner un gobierno de izquierdas. Se hacía el ofendido por la corrupción y buscaba las soluciones más chistosas para no censurar al partido que había quedado descrito por los jueces como una verdadera banda. Hasta amplió su lista de mentores declarándose hijo putativo de Jáuregui, Redondo y Solana. Qué ocurrencia. Podía haber votado a favor de la censura como Esquerra, con una venda en los ojos, como decía Rufián: me apetece tan poco votarles como a usted que yo les vote. O podía haber votado en contra, alegando que con Gürtel y sin Gürtel es mejor que siga el PP con nosotros que pasar al PSOE apoyado por «todos esos». Pero quiso rebañar de todas las fuentes y su voz se esfumó tapada por las voces de Rajoy y Hernando, bastante más sólidas y brillantes que la suya en este lance. Ahora quiere monopolizar el papel de oposición frente al batiburrillo de Sánchez. Tiene las encuestas a favor, pero sólo tiene 32 diputados. Rajoy y Hernando le dieron autoestima a los suyos y Hernando ya advirtió de que van a seguir ahí con 137 diputados y mayoría absoluta en el Senado. El Ícaro quedó desplumado y señalado como maniobrero.

La moción de censura la iba a ganar el primero que convenciera a los demás de que iba a ganar. Al PNV sólo le iba en este asunto el bocado que se había llevado de los presupuestos. Votaría lo que pudiera explicar más fácil en el País Vasco. Rivera quiso sacarle el tuétano al PP, se apuntó al desgaste del Gobierno en los mismos duros (y merecidos) términos que los demás y contribuyó mucho a que se percibiese que el PP estaba liquidado y en derribo. El vendaval contra el PP podía arrastrar al PNV si quedaba como una isla con el partido de Gürtel y tuvieron que apoyar la censura. Pero Rivera no podía mantener la apuesta hasta el final, no podía derribar al PP para poner a la izquierda y el PP se negaba a irse por su propio pie. Así Rivera fue el segundo derrotado.

Los efectos de la moción a la que ayudaron las maniobras de Rivera no están claros. Algunos dirigentes del PP decían que Rivera había propiciado una mayoría en torno a Sánchez que antes no había. Por ahí van los tiros. En muchas películas frikis a las que algunos dedicamos parte de nuestro solaz hay un muro o una valla que protege a la población de amenazas inciertas de lo que hay más allá de ese muro que no se sabe lo que es. Aquí se trazó un falso muro constitucional, como el Muro del Norte de Juego de Tronos, más allá del cual sólo hay separatistas, salvajes y populistas que destrozarían el suelo patrio sólo con su aliento. Por eso es tan inestable la política española y tan inevitable el PP. Todo había que cocinarlo con lo que estaba dentro del muro, PSOE, C’s y PP. Rivera sólo ve españoles cuando sale a la calle, pero no en el Parlamento. Quiere que los españoles seamos todos iguales, pero como en Esparta, donde los homoioi (los iguales) eran la casta de varones con todos los derechos; eran iguales para distinguirse de los diferentes. Las derechas llevan azuzando agravios para ligar la conducta de los votantes a los resentimientos prejuiciosos y las amenazas confusas que componen su discurso. Los términos con que se refieren a lo que representan más de noventa diputados son impropios de una democracia: «enemigos de España» o «los que quieren acabar con España», dicen. ¿Dónde se oyen expresiones así? A muchos nos quedan tan lejos como el misterio de la Santísima Trinidad los nacionalismos, sus banderas que, como decía El Roto, acaban siendo muros y su hipertrofia simbólica. Pero esta moción de censura permitió oír al ya Presidente decirle a Joan Tardà que está muy lejos de sus planteamientos y pedirle apoyo y acuerdo. Porque así son las cosas: se puede estar muy lejos de ciertas posiciones de alguien y entenderse en otras. La gente podrá ver con sus propios ojos que en el Parlamento no cambia la abrumadora mayoría contra la independencia de Cataluña porque los independentistas catalanes apoyen al nuevo gobierno, como ya se vio con el PNV.

El PP hizo un último esfuerzo en mantener ese muro. Cayó como había vivido, mintiendo, negando, esparciendo rencores, atacando a la justicia. Les parece antidemocrático que los desaloje una mayoría parlamentaria. La otra vez que se les desalojó, cuando Zapatero, fue con elecciones. Y también dijeron que fue trampa y tongo. Pero no vieron burla al electorado en el golpe de mano por el que se emplearon los votos socialistas para poner a Rajoy en la Presidencia (qué dirán ahora Javier Fernández y compañía). Su despedida nos recordó por qué había que despedirlos.

Los tiempos que vienen son muy complicados y todo puede pasar. Pero puede empezar a pasar lo que se temían en los pasillos los del PP, que Rivera haya propiciado que se descubriera el secreto de que detrás del muro había políticos tan estúpidos, corruptos, laboriosos y honestos como en el terruño mal llamado constitucional. Y que esos políticos pueden entrar legítimamente en mayorías parlamentarias. Ese es el reproche a Rivera: que ahora haya más ingredientes para mayorías legítimas. No hay diagnóstico más necio que el que caricaturiza a capas masivas de votantes. Los progres deforman al votante del PP como ignorante y sin escrúpulos como si no se tratara de millones de personas normales. Por supuesto que son repudiables las hipocresías y prejuicios independentistas. Pero no se puede caricaturizar alegremente a la mitad de catalanes que los votan ni sus lindezas son de peor pelaje que muchas de las que aguantamos más acá del muro, donde los ministros cantan El novio de la muerte, amenazan a jueces para proteger a corruptos, entregan los dineros públicos de la enseñanza a la Iglesia o ponen a media asta las banderas en los cuarteles en Semana Santa. Si esta moción de censura sirve para que se perciba que hay 350 legisladores legítimos, para que acabe no llamando la atención que nacionalistas voten leyes sobre pensiones o sanidad y para que se discutan las propuestas de Podemos en sus términos, sin estridencias descerebradas, habrá hecho un gran servicio al país. El servicio de disolver barreras de incomprensión y sordera.

Y un detalle. En un debate en el que se discute la caída de un Gobierno y la propuesta de otro alternativo, ¿ni una palabra sobre educación? ¿De nadie?