El último mohicano

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Rajoy saluda a los diputados, que le dedican una ovación, en el debate de moción de censura el pasado día 1
Rajoy saluda a los diputados, que le dedican una ovación, en el debate de moción de censura el pasado día 1 J.J. Guillén | EFE

06 jun 2018 . Actualizado a las 08:05 h.

La gran noticia que hoy abre todos los periódicos de España es de las que hay que dar a toda plana aunque ya estuviera descontada: Rajoy dice adiós a la política. Y lo hace, como resultaba inevitable, después de que una moción de censura atrabiliaria hiciese que la política le dijese adiós a él. Así es la vida pública: se llega a la presidencia del Gobierno con la misma rapidez con que se deja, aunque lo segundo sea siempre amargo, y gozoso siempre lo primero.

Aunque Rajoy anuncia su permanencia en el cargo hasta la elección de la nueva dirección del partido en un congreso extraordinario, el anuncio de su marcha inmediata dificultará sin duda la transición ordenada del marianismo a lo que venga. Y de que lo que venga sea lo que España necesita dependerá en gran medida el futuro del país.

No hay más que mirar a Europa, en varios de cuyos Estados la derecha democrática está sitiada o ha sido arrasada por la extrema derecha xenófoba, antieuropeísta y populista, para darse cuenta de lo que nos jugamos en el envite de la transición del Partido Popular. Nacido de las raíces mismas del franquismo -aquella Alianza Popular que fundara Manuel Fraga-, el PP, con sus aciertos y sus errores, como no podía ser de otra manera, representa en España desde hace tiempo a la derecha democrática.

Es verdad que, sobre todo en ciertos temas de costumbres, el PP se ha situado en general a la derecha del conservadurismo alemán, británico o francés, pero lo es también que quienes como parte de su estrategia electoral ha querido colocarlo en la extrema derecha o «la derecha extrema» han cometido no solo una gran injusticia, sino también un grave error: basta comparar a este PP con las extremas derechas de verdad que pululan por Europa para captarlo con toda claridad. Solo los que están ciegos de sectarismo, o son unos merluzos ignorantes, no lo ven.

Rajoy ha hecho como presidente del Gobierno una decisiva contribución a la superación de la más grave crisis económica que España ha tenido que afrontar desde que se recuperó la democracia. Una aportación que, cuando el tiempo haga que reposen las inquinas, se le reconocerá sin duda de forma general. Pero el mismo Rajoy que dio pruebas de firmeza para conducir el ajuste de caballo que ha convertido a España en el país de la UE que más crece y genera más empleo, demostró ser incapaz de hacer frente con igual determinación al problema que ha puesto fin a su larguísima carrera: la corrupción. Acabar con ella hacia el futuro y prescindir de quienes con ella han convivido en el pasado es hoy la primera gran tarea que aguarda a quien suceda a Rajoy en el liderazgo del PP.

Tras casi cuatro décadas de vida pública ininterrumpida se va el último mohicano de la política española, pues todos los de su tribu cronológica son ya historia. Y se va con la distancia del que mira a quienes hoy protagonizan la vida pública sabiendo que a algunos de ellos les quedan por pasar los sinsabores que para él ya han terminado.