La renuncia del ministro... y otras más

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Rodrigo Jiménez | Efe

15 jun 2018 . Actualizado a las 07:27 h.

Si Pedro Sánchez consideraba la mala elección de los ministros patrimonio de Rajoy, de la derecha o de todos sus predecesores, le han bastado seis días para convencerse de su error. ¡Seis días! Los que ha tardado en forzar la renuncia de quien cometió la deslealtad de no decirle por qué razón era una persona inadecuada para el cargo. Ahora ya sabe Sánchez lo que, al parecer, antes ignoraba: que también a él puede pasarle lo que creía que solo podía sucederle a los demás.

En todo caso, el vodevil Màxim el Breve ha robado el primer plano a otro cambio de posición del flamante Gobierno de España que es mucho más relevante que el que ha afectado al ministro de Cultura. ¿Se acuerdan de la más rutilante promesa del líder socialista?: «Lo primero que hará el PSOE será derogar la reforma laboral de Rajoy para recuperar los derechos de los trabajadores». ¿Cómo olvidarlo?

Pues han bastado ¡seis días! igualmente -los mismos que ha sido ministro Huerta- para que aquella promesa desapareciese de los propósitos del nuevo ejecutivo con la facilidad con que lo hace el agua en un cedazo.

Apenas había tomado posesión de su cargo y ya la ministra de Trabajo reconocía abiertamente todo lo contrario de lo que quien la nombró había repetido hasta el cansancio: que «la reforma laboral no se puede derogar alegremente».

Por si la cosa no había quedado clara, la ministra remachó: «Hay que analizar toda la reforma laboral en su conjunto y ver cuáles son los aspectos que consideramos de manera dialogada y consensuada que hay que derogar».

Líbreme Dios de pensar que este es el primer Gobierno, o será el último, que diga digo, a toda velocidad, donde antes había dicho Diego. El inmediato abandono de la promesas electorales -la de derogar la reforma laboral, en este caso, a la que muy pronto seguirán a buen seguro otras renuncias- va por desgracia en el contrato de quien acepta entrar en el Gobierno. Pues nada hay que ayude más a poner los pies en la tierra y que más contribuya a rebajar la insolente soberbia de quien está en la oposición que el ejercicio del poder, que es, por decirlo con una frase célebre de Hegel, la más «dura réplica de la historia» que cabe imaginar.

Lo excepcional del caso de Pedro Sánchez no es eso, sino haber impulsado una moción de censura con apoyos que jamás puede aceptar un partido democrático (los de dos partidos golpistas) y con supuestos objetivos que se han convertido en meras quimeras en cuanto ha entrado en la Moncloa.

Una semana ha tardado Sánchez en reconocer públicamente lo que era obvio que el candidato ya sabía de antemano: que nada, o muy poco, podrá hacer desde el Gobierno en menos de dos años y con 84 diputados. Salvo, claro, intentar valerse del poder para sacar al PSOE del agujero en el que él mismo lo metió.

Tal era la finalidad de la censura y no estabilizar la vida política española, según resulta más evidente cada día.