El hombre tanque

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

17 jun 2018 . Actualizado a las 08:45 h.

Se cumplen este mes 29 años de los sucesos de la Plaza de Tiananmen, en Pekín, y, para refrescar el recuerdo de aquella revolución fallida, los activistas de la oposición china han lanzado una de esas campañas de Internet en las que se inventa un hashtag, una etiqueta de Twitter. Han elegido la de #tankman, y le han pedido a la gente que se fotografíe vestida como el que conoce como «hombre del tanque», un símbolo de aquellos días: camisa blanca, pantalón negro y una bolsa de la compra en cada mano.

La escena que se pretende rememorar, efectivamente, es una de las más impresionantes del siglo XX: una columna de carros de combate Tipo 59 avanza pesadamente por una inmensa avenida solitaria de Pekín al día siguiente de la masacre, y de repente se encuentra con un hombre solo que lleva unas bolsas de la compra en las manos. El hombre se pone en el camino del tanque que va en cabeza de la columna blindada y ésta se detiene. Es un mosquito frente a un elefante. Comienza entonces un torpe ballet, o un slapstick de cine mudo, en el que el monstruo de metal intenta esquivar al hombre, pero éste se interpone una y otra vez en su camino. El hombre escala al blindado y trata de comunicarse con el interior a través de todas las ranuras que encuentra. Durante unos momentos, parece incluso que mantiene una breve conversación con el gigante. Hasta que por fin se baja, y los carros de combate siguen su camino por la avenida vacía en cuyos márgenes humean los autobuses incendiados.

La revista Time ha incluido al «hombre del tanque» en una lista de «las 100 personas más importantes del siglo», pero lo cierto es que aún hoy nadie sabe quién era ni qué ocurrió después con él, si fue detenido o si está libre. Las autoridades chinas han resultado ser tan eficaces suprimiendo su imagen que hay quien especula con que él mismo no sabe que es famoso. En general, la memoria de los sucesos de Tiananmen se ha desvanecido, o no llegó nunca a fijarse en la memoria del pueblo chino. Aquellas semanas en las que pareció que surgía una nueva China en la plaza en la que se exhibe, precisamente, la momia de Mao, se ahogaron con represión y censura. Pero no es esa la única explicación. Realmente, China cambió a partir de los sucesos de Tiananmen, aunque no en la dirección en la que esperaban los manifestantes de 1989. Se hicieron reformas, y el país transformó sutilmente su régimen político, de un sistema socialista a un capitalismo dirigido por el Partido. Del comunismo al consumismo, del marxismo al marquismo, de la revolución de las masas a la producción en masa, se adoptó una sociedad de compradores sin libertades, una dictadura a cambio de prosperidad, un pacto fáustico, tácito, del «todo a cien». Ha funcionado, al menos en los grandes números.

¿Qué simboliza, entonces, el «hombre del tanque», casi tres décadas después? Es difícil decirlo. Quizá el coraje de los idealistas, aunque se desconozcan sus verdaderos motivos. Quizá simbolice más el olvido que el recuerdo de Tiananmen, ya que su imagen se ha borrado de una forma tan completa. Quizá simbolice la nueva China que pudo nacer y no nació en aquellos días de hace veintinueve años en Tiananmen, la plaza presidida por un cadáver que se descompone muy lentamente. O puede que «el hombre del tanque» sí sea un símbolo de la nueva China, de la que realmente surgió de aquello. Pero no porque se hubiese mantenido firme frente a una columna blindada. Alguien cruel diría que el símbolo era lo que llevaba en sus manos: dos bolsas de la compra.