Ray-Ban Sánchez

OPINIÓN

30 jun 2018 . Actualizado a las 09:53 h.

El día que Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE por primera vez, a la presidenta de Madrid por última vez se le escapó un ¡guapíiiiisimo! muy coqueto. Le preguntaron a aquella política llamada Esperanza Aguirre que reinó en Madrid hace varias glaciaciones qué le parecía el político socialista y el discurso desinhibido marca de la casa apuntó, espontáneo, hacia una evidencia. Porque Aguirre tenía razón: Pedro Sánchez, el presidente insospechado, es un tipo objetivamente guapo.

La cuestión ahora es determinar cuánto va a computar su aspecto en su caudal político; cuánto le va a reportar en la era de los likes y el culto patológico a la imagen.

Hace otras tantas glaciaciones, cuando un político al que llamaban Mariano Rajoy se convirtió en presidente del Gobierno, sus asesores trataron de adaptar su aspecto a las exigencias de la multipantalla y entre otras cosas le sugirieron que se afeitara la barba. El político dijo: «Cada uno tiene la cara que tiene y la mía tiene difícil arreglo». Aquella sentencia fue probablemente la primera de la desconcertante filosofía rajoyana, aunque para entonces no lo sabíamos. En cualquier caso, entre ese inteligente rendirse a la evidencia de Mariano y el Sánchez Ray-Ban en el Falcon de hace unos días no solo media el cambio de Gobierno más súbito de la historia. En solo unos días, la página de la Moncloa se ha convertido en una plataforma preparada para exprimir lo que la naturaleza y el deporte han concedido a Pedro Sánchez. Tras la imagen kennediana del avión, se nos sirvió una galería de manos presidenciales con su correspondiente pie de foto: «Las manos del presidente marcan la determinación del Gobierno», en el que podría ser el primer ejemplo de extremidades políticas parlantes de la historia. Carne de Twitter y memes, el despliegue fotográfico que va a acompañar a Sánchez conecta con una gestión de la imagen del político que sería de tontos desdeñar. Hace tantos años como 42, exactamente en el año 1976, cuando en España andábamos enterrando a Franco, uno de los mejores fotógrafos del mundo, salido de las portadas de las revistas de moda, Richard Avedon, quedó con Henry Kissinger para retratarlo. El político americano, astuto y controvertido, se convirtió de pronto en un tembloroso modelo cuando Avedon le indicó dónde debía colocarse: «Sé bueno conmigo», suplicó al artista. Así que claro que la imagen de los políticos cuenta. Conocida es la drástica decisión que tomó la mujer de Winston Churchill, Clementine, a la que se le encomendó la destrucción de un retrato del estadista firmado por Graham Sutherland. Churchill se observó viejo e inclemente y compartió su disgusto nada más ver el retrato, durante el acto de homenaje organizado para descubrirlo: «El retrato es un notable ejemplo de arte moderno». Una sutil consideración que en privado convertía en explícita cuando se describía así en la obra de Sutherland: «Parece que estoy teniendo una deposición complicada».