Posminería y posverdad

OPINIÓN

09 jul 2018 . Actualizado a las 10:14 h.

La posminería ya está aquí y de momento ha llegado para quedarse. A partir de ahora se convertirá en un término, un concepto y una realidad tan cotidiana como viene siendo la lluvia en Asturias.

La posminería representa probablemente la última oportunidad de esta Era en la que vivimos para abordar con total seriedad una vertebración socio-económica que ponga coto a la sangría demográfica y que permita la fijación de población más allá de la Asturias metropolitana.

La gestión política de la minería fue nefasta en los últimos cincuenta años, desde el tardo-tecnofranquismo y durante todo el desarrollo de la democracia bipartidista. Es más, si se tratase de un cóctel, se podría decir que lleva unas gotitas de trampas, con amargo sabor a ineficacia y a praxis delictivas e insolidarias.

Asistimos a una muerte claramente anunciada, con una lenta y dolorosa agonía que se ha llevado por delante una sociedad que era próspera, culta y conservaba notables dosis de ingenuidad e idealismo. Quizás por todo eso, el papel de la posminería se torna aún más relevante y decisivo.

Atrás quedan miles de ayudas infructuosas e improductivas, de proyectos fallidos, sin rumbo y carentes de toda planificación estratégica, como si durante décadas se hubiese prohibido pensar o como si el talento se hubiera convertido en un peligro para un sistema cada vez más superficial y basado en la posverdad.

La posminería puede ser la ocasión de convertir lo que ha sido una inmensa debilidad, en una fortaleza. Pero requiere valentía política para realizar una apuesta por la ciencia y la tecnología, por la ecología y el mediombiente, y en definitiva por la investigación, la creatividad y la libertad de pensamiento y gestión.

Hoy la mayoría de la Asturias minera y fabril languidece, sometida a un infinito expolio, y a la desidia y abandono más absoluto. Un fenómeno inexplicable pero real como la vida misma.

Llegados a este punto sin retorno, en la nueva etapa que comienza los planteamientos deberían ser revolucionarios y honestos. Lo que actualmente son instalaciones en desuso, tienen infinidad de aplicaciones y no solo pueden convertirse en museos y centros de interpretación.

Centros culturales vanguardistas, laboratorios para crear y testar nuevas actividades de turismo activo, escuelas de oficios mineros tradicionales, centros de investigación de la energía y nuevos materiales, observatorios del cambio climático, campos de entrenamiento de élite para deportistas o para equipos de rescate, alojamientos que ofrecen experiencias únicas, centros de arte basados en el reciclaje de materiales, centros experimentales de robótica y computación aplicada a nuevos mecanismos extractivos… Todo, todo aquello que pensemos con sentido común, y con la debida planificación y adecuación de los recursos a los objetivos marcados, será posible.

Hace falta conciencia ciudadana y voluntad política. El talento y la ilusión aún lo tenemos, pese a los naufragios sucesivos y a las cuchilladas a las muchas utopías, que se vinieron abajo como las estatuas de los tiranos.

Hace falta que la posminería no sea un capítulo cualquiera de una posverdad cualquiera.

Como me dijo mi hermano el otro día, hace falta recuperar el valor de la palabra y el sentido del honor, y educar en el pensamiento estratégico.

Hoy más que nunca cobran vida aquellas estrofas de Pedro Garfias en su poema Asturias que decían:

Dos veces, dos, has tenido

ocasión para jugarte

la vida en una partida,

y las dos te la jugaste.

¡Juguémonosla una vez más!