De Luis Aragonés a Luis Enrique: garantía de mala leche

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

10 jul 2018 . Actualizado a las 07:43 h.

Ninguno de los dos necesitaría inhalar amoníaco como se supo que hicieron los rusos contra España y Croacia. La mala leche y la excitación, tanto Luis Aragonés como Luis Enrique, la llevan de serie. Son fósforo. Motores de explosión. Para un periodista, el nombramiento de Luis Enrique puede parecer de entrada lo más nefasto. Pero los periodistas no jugamos al fútbol, solo contamos partidos y noticias.

El desastre ruso, provocado por el exceso de testosterona de Florentino y Rubiales, solo se arreglaba con otra sobredosis de ego y con Luis Enrique esa parte está garantizada. Es mucho lo que comparte el asturiano con Luis Aragonés, no solo el nombre. A Aragonés le tocó limpiar de escombros del pasado el vestuario y librarse, contra el madridismo, de personajes tan nefastos como Raúl. Lo hizo y nos dio el primer título después de la glaciación blanca. Ahora también toca limpieza y proyecto y Luis Enrique es capaz de las dos cosas. Luis Aragonés huía de las entrevistas como vampiro de la luz, pero dio más titulares que nadie. A Luis Enrique le pasa lo mismo. No puede ver a los profesionales de la información, pero no sale de las primeras páginas.

Es el tipo más borde del mundo en las ruedas de prensa. Tiene la misma educación que le aplicó Tassotti a él cuando le rompió la nariz con aquel codazo que ayudó a eliminarnos en Estados Unidos. Pero, comparado con otros nombres que sonaban, que el cesarismo de Rubiales haya optado por el ex del Celta o del Barça es como si nos hubiese tocado el Nobel. El currículo como entrenador, los títulos, su dedicación casi paranoica, hacen que palidezcan todavía más las posibilidades blanqueadas que nos querían colar en el banquillo: del disparate de Míchel al asombroso Quique Sánchez Flores.

Ambos son tan buenos entrenadores como Fernando Hierro. No tienen ni idea de llevar un grupo ni de plantear un partido. Y sería mejor que los cambios los hiciesen sacando bolitas de un juego de bingo a ciegas. Encima las alineaciones se las hace la prensa de Madrid, la misma que les busca trabajo.

El nuevo técnico va sobrado de entender el juego. Fue un buen futbolista, alfil, muy vertical, y puede ponerle remedio al empacho de horizontalidad que convirtió el histórico toque de España en una reivindicación urbi et orbi de la siesta nacional. Con Luis Enrique, eso no pasará. Tiene el arranque de una moto de agua y hasta lo intentó contra Messi. Ahí maduró y aprendió a que, a veces, toca plegar velas. Tenemos un seleccionador que nos garantiza vivir en el filo de un acantilado. Relajación, cero. Pero carácter, todo. Sus listas de convocados van a ser un hit de audiencia, las vamos a seguir más que las de los aprobados de la selectividad. España está ahora en manos de un iluminado, pero que sabe de fútbol y de futbolistas. Si volvemos a hacer el rídiculo, será a lo grande. Como divos, no aburriendo al planeta.