El Gobierno juega con fuego en Cataluña

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Jordi Boixareu | DPA

15 jul 2018 . Actualizado a las 09:37 h.

La estrategia del Gobierno en relación con la crisis secesionista está guiada por tres principios esenciales: abrir una negociación con la Generalitat que le permita al PSOE perseverar en un engaño de finalidad descaradamente electoral: que la crisis nunca se habría producido si Rajoy hubiera hecho lo que Sánchez hace ahora; confiar en que, ofreciendo más poder a la Generalitat, en forma de dinero y competencias, ésta acabará regresando a la senda constitucional; y no perder los votos en el Congreso del golpismo catalán, indispensables para conservar la mayoría que hizo a Sánchez presidente y sin la cual no podría legislar.

Más allá del obsceno oportunismo electoral que supone convertir en culpable de la rebelión independentista al Gobierno que, con el apoyo del propio PSOE, la frenó, evitando que el golpe de Estado de octubre de 2017 acabase tan trágicamente como el de octubre de 1934, la estrategia del Ejecutivo socialista sería explicable si las señales que envían las instituciones catalanas, y las fuerzas políticas y sociales secesionistas, permitiesen suponer que, tras su derrota estrepitosa, han aprendido la lección y están dispuestas a bajar del monte de la rebelión al llano de la Constitución.

¿Existen tales señales? Ni de lejos. Muy por el contrario, todo lo que llega del secesionismo es su decisión de seguir en rebeldía: sea verdad o sea un engaño, tras la entrevista con el presidente del Gobierno, el de la Generalitat sostuvo que habían dedicado el 90 % de su charla a hablar de la autodeterminación; dictada la suspensión judicial de los diputados catalanes procesados, los partidos golpistas anuncian que no la acatarán; mientras la vicepresidenta del Gobierno se reúne para hablar de transferencias con su homólogo en la Generalitat, ésta nombra al responsable de la oficina que en un palacio barcelonés se le abrirá al ex presidente Puigdemont, procesado por gravísimos delitos y huido de la justicia desde hace varios meses; el presidente Torra se pasea por el mundo anunciando que en España hay presos políticos y exiliados y poniendo a caldo a nuestra democracia.

Aunque quizá, entre otras muchas cosas, Sánchez haya heredado de Zapatero su optimismo berroqueño, la operación Cataluña que ha diseñado -ofrecer más poder sin la previa renuncia de los separatistas a la rebelión- no solo tiene el altísimo riesgo de estallársele al presidente entre las manos y acabar en un fiasco formidable. Aparte de ese peligro para el Gobierno y el PSOE, hay otro, mucho más grave, que afecta al conjunto del país: que la política de mano abierta sin exigir a cambio nada fortalezca al secesionismo para intentar un nuevo golpe.

De producirse, tampoco triunfaría, pero es posible que para abortarlo no llegase entonces ya con aplicar el 155 de la Constitución. Sánchez no debería olvidar que sería a él, en ese caso, al que le tocaría estrangular al mismo monstruo que ahora se muestra dispuesto a alimentar.