Un presidente atrapado por su pasado

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Ballesteros

19 jul 2018 . Actualizado a las 08:35 h.

En apenas mes y medio, Pedro Sánchez ha comprobado ya que una cosa es predicar desde la oposición y otra dar trigo desde el Gobierno. Las flagrantes contradicciones en las que está cayendo son la mejor demostración de que ni remotamente pensaba que a estas alturas estaría al mando del país. De ser así, difícilmente habría cometido la insensatez de prometer hasta en diez ocasiones que publicaría la lista de quienes se acogieron a la amnistía fiscal del ex ministro Montoro cuando fuera presidente. «Publique esa lista, porque si no lo haremos nosotros en cuanto lleguemos al Gobierno», le advirtió a Rajoy en el Congreso. Pero ha sido llegar a la Moncloa, y caer en la cuenta de que no puede hacerlo porque sería abiertamente inconstitucional.

En este corto espacio de tiempo, a Sánchez, que tanto criticó la parcialidad de RTVE con Rajoy, le ha dado tiempo también a tratar de imponer en el consejo de este organismo un sectarismo superior al que había hasta hoy, con el añadido de hacer el ridículo al perder la votación en el Congreso y obligar a que la corporación tenga ahora un administrador único. Pero si nos atenemos a cuál está siendo la opaca estrategia de comunicación que está siguiendo Sánchez, hay que suponer también que, de haber sabido que iba a ser presidente, habría sido algo más prudente al cuestionar la alergia de Rajoy a la prensa o al acusarle de esconderse «en el plasma». Porque resulta que, después de un mes y medio como jefe del Ejecutivo, Sánchez no ha ofrecido ni una sola rueda de prensa en España. Ni siquiera, y rompiendo todas las reglas de protocolo, cuando ha recibido en la Moncloa a mandatarios extranjeros. Sin que nadie, por cierto, parezca escandalizarse por ello. Por no exponerse, Sánchez no se expone ni ante la prensa gráfica. Prefiere remitir directamente sus propias fotos a bordo del avión presidencial con gafas de sol o paseando amigablemente por los jardines de la Moncloa con el catalán Joaquim Torra, al que, sin pensar tampoco que pronto le tocaría ser jefe del Ejecutivo, llamó «racista» desde la oposición.

De haber soñado con que iba a ser presidente del Gobierno en tan poco tiempo, Sánchez probablemente habría frivolizado también bastante menos de lo que lo hacía en la oposición con la figura del jefe del Estado y la familia real para competir en populismo con Podemos. Se habría ahorrado así ahora las críticas de quienes le tachan de hipócrita por su negativa a que las actividades del rey emérito se investiguen en una comisión de investigación a la que pretenden llamar a declarar al propio don Juan Carlos. La demagogia de Sánchez en la oposición solo ha servido para que el populismo, y también Ciudadanos, a los que la Constitución se la trae al pairo, alimenten la sospecha de que si no publica la lista de defraudadores no es porque en ella figure el padre del rey, sino también algún destacado socialista.

Al parecer, nadie le advirtió a Sánchez de que alguien que aspira a ser algún día presidente del Gobierno debe tener algo más de prudencia y mucho más sentido de Estado. Y así le va.