Censura: o sea, que de lo dicho, ¡nada!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

20 jul 2018 . Actualizado a las 08:26 h.

Califiqué aquí hace dos meses la insólita moción de censura que convirtió a Pedro Sánchez en presidente del Gobierno como una muestra de la increíble deslealtad institucional del líder del PSOE. Y sostuve ese argumento en el hecho de que el dirigente de una fuerza democrática no puede llegar al poder con el indispensable apoyo de dos partidos golpistas (ERC y el PDECat) que siguen en abierta rebeldía contra nuestro Estado democrático. Dos partidos con los que, según ha sucedido, iba a verse Sánchez ¡forzosamente! obligado a gobernar. Lo sostuve y lo mantengo. Pero la intervención de hace tres días del presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados, ha descubierto, con esa pasmosa desvergüenza de quien carece de ella por completo, que todo el montaje de la moción de censura fue eso exactamente: un montaje puro y duro. El 31 de mayo pasado el entonces líder del partido mayoritario de la oposición se presentó en el Congreso a contarnos una milonga: que, tras una sentencia judicial que el censurante interpretaba a su pura conveniencia, el país había entrado, según él, en una crisis de credibilidad interna y exterior que exigía imperiosamente echar al «Gobierno más corrupto de Europa», para iniciar una regeneración que pudiera conducir, transcurridos unos meses, a la convocatoria de elecciones. 

Este martes el presidente ha vuelto al Congreso para dar cuenta ante la cámara de su programa de Gobierno. Para entendernos, Sánchez nos ha explicado qué piensa hacer desde su puesto ¡cuando lleva 46 días gobernando!, lo que constituye un esperpento que serviría para hacer algunas risas si no fuera por la razón que explica tal dislate. Una razón escandalosa: Sánchez se ha olvidado de todo lo que nos contó el día que trató de justificar, muy malamente, que era indispensable para nuestra democracia llevarlo a la Moncloa. Y se ha olvidado porque aquella justificación constituía un cuento chino. Tan cuento chino, que, tras su primera investidura (eso es en España la censura: una forma de investidura extraordinaria del presidente), Sánchez vuelve sobre sus pasos para manifestar que nos olvidemos de los compromisos entonces adquiridos, pues su programa (¡el nuevo!) nada tiene que ver con el que lo llevó a la presidencia. Ahora ya no hay urgencia para convocar las elecciones, sino todo lo contrario: debe agotarse la legislatura; y ahora el principal problema de España ya no es la corrupción y la regeneración democrática, sino la crisis catalana, es decir, la crisis que han provocado, rebelándose contra el Estado, dos indispensables socios del Gobierno.

Abraham Lincoln dijo un día que es posible engañar durante algún tiempo a todo el mundo y, solo a algunos, todo el tiempo. Pero que no lo es engañar a todo el mundo todo el tiempo. Pedro Sánchez cree lo contrario y en eso está: en tomarnos el pelo a todos, todas las veces que lo estime conveniente. Y, visto lo visto, no parece imposible que llegue a conseguirlo.