El hormigón no es eterno

Carlos Lamora

OPINIÓN

El viaducto caído en Génova
El viaducto caído en Génova Polizia di Stato

15 ago 2018 . Actualizado a las 09:22 h.

Los primeros vestigios sobre el hormigón nos llevan al antiguo Egipto, sobre el año 500 antes de Cristo, donde la caliza calcinada se mezclaba con arena, agua y pequeñas piedras con tobas volcánicas de la isla de Santorini. Posteriormente, los ingenieros romanos, a los que les debemos muchos de los usos de los materiales y de las tipologías utilizadas hasta hoy en día, fueron los primeros que emplearon cenizas volcánicas, extraídas en Pozzuoli, cerca del Vesubio. Su mezcla con fragmentos de cerámica y piedra pómez -y tras su reacción química con la cal-, nos ha permitido disfrutar de joyas arquitectónicas como el Coliseo romano, las bóvedas de las termas de Caracalla o la cúpula del Panteón de Agripa.

Cerca de allí, en Génova, se ha desplomado una sección del puente de Morandi de más de 200 metros de longitud desde una altura de 90 metros, causando decenas de víctimas y cuantiosos daños materiales. En los puentes, los avances informáticos han posibilitado una mejora espectacular en el conocimiento de los materiales y su comportamiento ante los esfuerzos, lo que ha dado lugar a secciones más esbeltas y luces más grandes. Desde los años 60, de los que data la construcción del puente siniestrado, los pesos de los vehículos, así como las intensidades del tráfico pesado, han aumentado exponencialmente, lo que obliga a actualizar la resistencia de muchos de los puentes existentes en las vías de alta intensidad. La inmensa mayoría de estas estructuras están ejecutadas empleando hormigón pretensado, una tipología que, mediante alambres, barras o cables de acero, comprime el hormigón aumentando la capacidad de las secciones para resistir esfuerzos de tracción, lo que redunda en la audacia de los viaductos. Eso no quiere decir que siempre se consiga la ausencia de fisuras por las que se puede introducir agua, contaminación atmosférica o incluso la sal que evita el hielo de las calzadas, que en ocasiones llega a las armaduras o a los cables de pretensado provocando su corrosión o su rotura, lo que puede dar lugar al colapso de alguna sección.

Aunque lo comentado sobre la antigua Roma nos lleve a pensar lo contrario, el hormigón no es eterno. Es imprescindible invertir en la supervisión, el mantenimiento y la conservación de nuestras infraestructuras, el verdadero talón de Aquiles que los conductores sufrimos en los viajes a lo largo y ancho del país, circulando por firmes fatigados, rotos y sin la suficiente rugosidad que eviten deslizamientos de los vehículos. Aunque no parezca, así también se salvan vidas.

*Carlos Lamora es ingeniero y premio Puente de Alcántara