Condenados a convivir

Ezequiel Mosquera TRIBUNA

OPINIÓN

17 ago 2018 . Actualizado a las 09:29 h.

Cada vez que sales al asfalto, es inevitable pensar en la alarmante actualidad que azota la comunidad ciclista, tristemente, cada vez con más frecuencia.

Si pensamos por un momento en el peligro latente al que nos enfrentamos cada vez que compartimos carretera con toda la fauna del motor, nos dan escalofríos. Si hacemos cuentas del número de víctimas mortales, tan solo en el último año, es para echarse a temblar. Pero si reflexionamos en las circunstancias en las que muchos de los siniestros sucedieron (numerosos casos positivos de alcohol y drogas), sencillamente, nos quedamos en casa y colgamos la bici en el garaje. Con este escenario, parece que salir a pedalear es un suicidio y que la carretera está cada vez más infestada de conductores ebrios y colocados. No obstante, sin dejar de ser pesimista y sin quitarle hierro al problema (al drama, más bien), la experiencia de mis años de carretera me hacen ser algo más objetivo y pensar que la actualidad no es «tan peor» que antes. Los que hemos pedaleado en las carreteras de los 90, cuando los de le bici en carretera éramos bichos raros, hemos vivido épocas en las que los tráiler nos cerraban con un volantazo desafiante, hemos convivido con el sonido continuo del claxon como si fuésemos especies invasoras en los arcenes, y, a veces, hasta amenazas de embestidas o atropellos intimidatorios. Sigue habiendo insensibles y cafres al volante, pero las dos ruedas ya fueron menos respetadas de lo que son. Por la contra, la realidad innegable es que las bicis en la carretera se han multiplicado y siguen, afortunada e imparablemente, in crescendo.

Parece que la única solución al problema es dotarnos de infraestructuras adaptadas, vías alternativas o carriles bici, y da la impresión de que las autoridades se ven, por momentos, bloqueadas para atajar un problema que, ahora sí, parece que ha sensibilizado a la sociedad.

Pero si existe algún país con experiencia en la gestión de ciclistas, ese es Holanda. Y no hablamos de deportistas que salen en grupo a hacerse sus 80 o 100 kilómetros, que también, si no del banquero que sale, con traje y zapatos, de su casa a su puesto de trabajo en bici, los niños que salen a las siete de la mañana para ir al colegio en bici, los jubilados que salen a pasear… Tienen más bicis, muchísimos núcleos poblados y congestionados, peor clima… y, curiosamente, un índice de siniestros mortales con bicicletas insignificante al lado del nuestro. ¿Dónde está el secreto? En la convivencia. En un marcado componente cultural y… convivencia por encima de todo. Allí una bici es como una vaca en la India y en los cruces, se hacen dos stops, uno para las bicis y otro para los coches. Tienen muchas infraestructuras pensadas para los ciclistas, sí, pero estas no servirían de nada si la gente no creciese con la bici como parte del sistema social y cultural de un país históricamente ciclista. En mi humilde opinión, la mayor parte de acciones para gestionar este problema deberían ir dirigidas a la conciencia de la gente, solo así podemos pensar en un futuro más halagüeño. Evidentemente, eso no se hace de hoy para mañana, pero cuanto antes empecemos a trabajar en ello, antes veremos resultados. Es fácil imaginarse que en esa bici que estamos rebasando con el coche puede ir un hijo nuestro, un familiar, un conocido… Es fácil, porque, por suerte, cada vez somos más.