Derechos los tenemos todos

Jesús Flores Lojo
Jesús Flores ESES LO QUE HAY

OPINIÓN

17 ago 2018 . Actualizado a las 09:30 h.

En el debate sobre conductores y ciclistas que se acalora de un tiempo a esta parte (por algunos lamentables accidentes y también porque hay más bicis que nunca en la carretera) hay una opinión bastante extendida que muy pocos se atreven a expresar, al menos en voz alta, quizás porque estamos en una sociedad muy buenrollista en la que las ideas que no van en la línea de lo políticamente correcto son objeto de una crítica feroz, y (casi) sin derecho a réplica. Voy al grano: en mi trayecto diario de casa al trabajo, de unos treinta kilómetros, es raro el día en que no me encuentro al menos una docena de ciclistas, casi siempre comportándose con absoluta responsabilidad, pero a veces en plan dominguero, de charleta y sudando la gota gorda, o en formación estilo Tour, como si por delante y detrás de ellos fuesen las motos de Tráfico protegiéndolos. En vez de los gendarmes, marcha, claro está, una legión de coches que aguardan pacientes hasta seguir su trayecto a velocidad normal, mientras observan las luces rojas parpadeantes y los cartelitos o iconos de «1,5 metros al adelantar» que muchos de estos deportistas han colocado en la trasera de sus vehículos. Y si es fin de semana, el asunto empeora, porque entonces aparecen los runners, sudando a chorro y con los cascos puestos, e incluso alguna vez un jinete en busca de nuevas aventuras más allá del club hípico. Antes, como mucho, asomaba en el horizonte cercano algún tractor que iba del rocho a la leira, pero ahora el paisaje es mucho más variado. Incluyendo los temibles coches sin carné. Cada uno tiene derecho a sus hobbies, el problema es por dónde se da rienda suelta a estas energías. No se pueden construir carreteras para que los automóviles circulen a setenta o noventa kilómetros por hora (totalmente dentro de la ley, no estamos hablando aquí de conductores borrachos o locos de la velocidad, que esa es otra historia que afecta tanto a los ciclistas como al resto de los usuarios de la vía), con curvas, peraltes, subidas y bajadas que obligarían a ser un Induráin para batirse con ellos en igualdad de condiciones; y, sin buscar alternativas, seguir autorizando a que las bicicletas, unos artilugios extremadamente frágiles y, en comparación con sus vecinos de carretera, lentos, compartan ese espacio sin que quienes lo autorizan piensen que no van a producirse accidentes. Causa-efecto. Los tiempos cambian: hace cincuenta años, los niños jugaban al fútbol en la vía pública. La misma locura que supondría hacer hoy eso es aplicable a la invasión de bicicletas en las carreteras. Ahora, los críos corren tras la pelota en el patio o en el parque, del mismo modo que los ciclistas deberían tener sus propios espacios. Y si no los hay, habrá que hacerlos: carriles-bici, arcenes específicos... Seguro que hay soluciones. Porque derechos tenemos todos, también los que usamos el coche para trabajar (ya me gustaría tener la opción del servicio público o, ¿por qué no?, la de la bici), respetamos las normas y, en definitiva, preferimos ver el Tour por la televisión.