Cataluña y el Estado incompetente

OPINIÓN

STEPHANIE LECOCQ | efe

03 sep 2018 . Actualizado a las 08:04 h.

La mayor equivocación que hemos cometido en Cataluña fue la de confundir una alevosa e ilegal rebelión de las élites, impulsada con prevalimiento de las instituciones del Estado, con una revolución popular, casi espontánea, que, nacida en la calle por impulso de la historia, había secuestrado a las sorprendidas autoridades de la Generalitat, que después fueron obligadas a ponerse al frente de la manifestación. La realidad es la contraria. Porque el pueblo que se creía más rico, más admirado y mejor gobernado de España fue arteramente informado de que no era más que un rebaño de tontos de capirote que estaban siendo engañados por la ruda Castilla y la vaga Andalucía; y que aquella Cataluña que Pujol había vendido como paradigma del éxito político, social y económico no era más que una colonia explotada y empobrecida por falta de libertad política, y que la única salida posible era la reposición de la república independiente que, admirando a Europa y al mundo, había fundado Guifré el Pilós (865-697), conde de Urgel y maestro de Montesquieu (1689-1755).

En la España que vivimos -cuyos éxitos empañan sus complejos, su ignorancia histórica, sus leyendas negras de importación y su concepción ideologizada de la propia tierra que habitamos-, tanto el discurso político como el mediático contribuyeron de forma miserable a esta inversión interpretativa del procés, lo que hizo que el Estado, en vez de poner orden en este cachondeo, asumiese la obligación de ‘entenderlos’, ‘conllevarlos’, ‘buscarles un encaje en España’, y ‘cerrar la fábrica de independentistas’ que había en la Moncloa. Una estúpida payasada, en la que picaron políticos, historiadores, juristas, columnistas, editorialistas y obispos, y que el sabio pueblo resumió en ese ‘habrá que darles algo’ que sirve de base para todas las inconsistentes reformas legales y constitucionales que alimentan la idea de que la única salida posible de esta enrevesada cuestión es la de darle privilegios y pasta para que se callen.

Muchos de estos complejos y disparates florecieron años como parte de una estrategia de acoso al PP de Rajoy, cuya tesis vertebradora era la de usar la crisis, los ajustes, el populismo antisistémico, el mono de poder del PSOE, el nacionalismo y el independentismo para montar un ‘cuanto peor, mejor’ de carácter urgente, irracional, transversal, obsesivo y compulsivo. Y de aquí surgieron dos resultantes que hay que considerar: que Rajoy no pudo exprimir el artículo 155 para dejar las cosas donde quiso y era necesario ponerlas; y que el débil Gobierno de hoy está cautivo del independentismo y del buenismo que Sánchez se inyecta en vena, a diario, para no romper la burbuja de poder de sus 84 diputados.

Cataluña nunca será independiente, porque ninguna unidad estratégica pervive sobre el disparate. Pero su pulso actual con el Estado lo va ganando por goleada. Porque a las debilidades de un país acomplejado se han sumado las de un Estado incompetente.