Inquietantes ruidos de fondo

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Emilio Naranjo | efe

04 sep 2018 . Actualizado a las 07:03 h.

Hay que darle emoción a la cosa, y los medios informativos compiten por presentar un horizonte de intriga, a veces de alarma, para el curso político que acaba de comenzar. Hay quien ve «el curso más incierto de la democracia». Y quien contempla al Gobierno al borde del abismo por la dificultad de mantener los apoyos que llevaron a Sánchez a la Moncloa. Y quien entiende que Quim Torra se pondrá hoy mismo fuera de la ley con su anunciadísima conferencia apocalíptica. Y quien ve a Cataluña abocada a un proceso de agitación que puede provocar otro 155. Y quien se alarma por la desintegración del bloque constitucional, que impide demostrar la fortaleza del Estado ante la insurrección de una comunidad autónoma. Y quien teme lo peor en economía porque Pedro Sánchez quiere pactarla con Unidos Podemos, que no suele tener el discurso que más anima a los mercados.

Así se pone emoción al comienzo del curso, y lo malo es que en todos estos puntos hay algo de verdad. O mucha y doliente verdad. España vive un momento delicado en que los problemas aparcados en julio reaparecen agravados en septiembre. Y la debilidad del Gobierno no es lo más grave, porque si el Gobierno tuviese que caer, cae, se le sustituye o se convocan elecciones, y la estabilidad del sistema no tiene por qué sufrir. Más traumática fue la moción de censura que derribó a Rajoy, y no se hundió el país, ni hubo fuga de capitales, ni quebraron las instituciones.

Lo más grave, a mi juicio, es el ruido de fondo que acompaña a los movimientos políticos. Es un ruido de menosprecio a la ley en Cataluña, donde su presidente se permite anunciar que no aceptará una sentencia del Supremo y otros dirigentes nacionalistas invitan al Gobierno a presionar a la Fiscalía o exigen la liberación de presos en un olímpico desprecio a la base de la democracia, que es la división de poderes. Es un ruido cargado de rencores de clase, como se demuestra en la negociación PSOE-Podemos sobre política fiscal o los planes de pensiones. Es un ruido revisionista de la historia que, con la disculpa de Franco, solo se puede entender desde el deseo de deslegitimar los pilares del sistema para proceder a su demolición. Y es un ruido de profunda discordia sobre aspectos sustanciales de la convivencia, como se pone de manifiesto en la dura contienda abierta entre el Partido Popular, Ciudadanos y el Partido Socialista.

¿Ese va a ser el signo del curso que comienza o del tiempo que queda de legislatura? Desde luego, es el signo de estos días. Pablo Casado propone una ley de la concordia que, de entrada, suena a música celestial. Puestos a proponer leyes románticas, yo propondría una ley de la sensatez. Mejor todavía: una ley del sentido común.