Hacia una insoportable campaña

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Jesús Diges | Efe

06 sep 2018 . Actualizado a las 07:43 h.

Entre hoy y mañana doña Susana Díaz tendrá que decidir qué hace de su gobierno: si acepta las condiciones de Ciudadanos para continuar su alianza o si escenifican un divorcio para justificar la convocatoria de elecciones autonómicas. Naturalmente, hará lo que más le convenga, así que no busquemos cuestiones filosóficas ni de interés general: desde hace meses se especula con ese adelanto, porque los socialistas andaluces -que siempre tuvieron el poder en esa comunidad- entienden que ganan mejor si separan sus urnas de cualquier otra. Es una superstición, pero hasta ahora les funcionó con Chaves, con Griñán y con la propia señora Díaz.

¿Y a nosotros, los gallegos, qué nos importa? ¿En qué nos afecta que los andaluces voten o dejen de votar? Nos importa que, si hay ese adelanto, entramos de lleno en fiebre electoral. Primero vendrá Andalucía, después las municipales, las autonómicas, las europeas, quién sabe si las catalanas aunque Torra las niegue y hasta puede haber generales si a Pedro Sánchez se le tuercen los apoyos o el CIS le dice que es el momento adecuado para ganar. Supongo que este centro no trabaja en otra cosa que en adivinar cuándo se darán las mejores condiciones para investir a Sánchez de la legitimidad popular que no le otorgó la moción de censura.

Es decir, que, convocadas las elecciones andaluzas debemos disponernos a vivir en campaña electoral sin aliento durante nueve meses y quizá hasta finales de 2019. ¿Os imagináis lo que es eso? Es vivir en el mitin permanente. Es la manipulación del mensaje. Es gobernar con la única intención de obtener votos y con una probable falsificación del estado real de la nación. Es hacer oposición exagerada, porque en las campañas no se trata de construir, sino de deteriorar al adversario, especialmente si el adversario está en el gobierno. Es la imposibilidad de llegar a acuerdos, porque pactar en este país se entiende como rendirse y regalar bazas al contrincante.

Y es meter a la política y a sus agentes en un estrés de excesiva duración.

La gran fiesta de la democracia, que es votar, se convierte así en un peligro. ¿Cómo se afronta la cuestión catalana, por ejemplo, con unas fuerzas políticas entregadas a medir los efectos electorales de cada palabra? ¿Cómo distinguimos el patriotismo del afán por conseguir votos? ¿Cómo se afronta la aparición de la «leve desaceleración» de la economía, después de la experiencia de falsedades vistas y vividas en 2007? ¿Hace falta recordar cómo Zapatero negaba esa crisis y cómo el PP la predicaba, creando el factor psicológico que la aceleró? Pues a ese horizonte nos encaminamos. A las dificultades que conocemos se añade ahora la más imprevista: la del calendario electoral.