El capitalismo sin patria

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

J. Casares | Efe

08 sep 2018 . Actualizado a las 12:20 h.

Villadangos del Páramo en un pequeño municipio de 1.300 habitantes de la comarca del Órbigo, en la provincia de León. Hace doce años, en 2006, vivió una historia de míster Marshall: Villadangos fue elegido, como Viveiro y Daimiel, para sede de una factoría de producción de material eólico. Fue una fiesta inolvidable, porque la empresa que llegaba era una multinacional, de nombre Vestas y capital danés. No se podían pedir más garantías. Era la salvación del territorio y de sus gentes. Se cumplía el gran sueño de todos los pueblos de España de tener una industria que fijase población y crease empleo y riqueza. 

Las administraciones públicas también se entusiasmaron, porque un capital extranjero acudía en auxilio de una zona deprimida, castigada por las reconversiones, de difícil situación en el mapa del desarrollo y con todos los méritos para engrosar la España que se estaba quedando vacía. De esa forma, el Gobierno regional y el español se volcaron con el proyecto, como se hace siempre con los inversores internacionales: ayudas de todo tipo, facilidades administrativas, favores fiscales y subvenciones directas, que la Junta de Castilla y León calcula en 12,5 millones de euros, un millón por cada año de actividad.

Ayer terminó bruscamente la fiesta. La propiedad comunicó la sentencia definitiva: expediente de extinción de empleo. 362 trabajadores directos a la calle. Otros 2.000 empleos indirectos, también perdidos. Los daños colaterales, incalculables. De nada sirvió la protesta de los trabajadores. De nada la impresionante manifestación de solidaridad y súplica por las calles de León. De nada sirvió tampoco el recuerdo del dinero regalado a la empresa. Santa Rita, lo que se da no se quita. El Páramo leonés vuelve a pensar en la despoblación y 2.000 familias ven cegado el futuro de sus hijos.

La tentación es hablar, una vez más, del capitalismo sin patria. Unos ejecutivos, reunidos con sus libros de cuentas en un despacho de Dinamarca, firman fríamente la sentencia. Su argumento es la Biblia: si no hay más beneficio, no hay empresa; una empresa no es una ONG ni una obra de caridad. No le expongáis argumentos humanos, que no los entienden. No le habléis de tierra castigada, que no es su problema. No invoquéis a familias angustiadas, que nunca les han visto la cara. Manda los resultados o algo peor: la posibilidad de establecerse en otro país de mano de obra más barata o más perspectiva de negocio. A los perjudicados, a los nuevos parados, a los que han arrancado de cuajo su futuro solo les queda la resignación. Y no es solo el capitalismo sin patria. Es, simplemente, el capitalismo. Su único lenguaje es la rentabilidad. Las personas son un material desechable.