Los veranos sabrosos de la infancia

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

09 sep 2018 . Actualizado a las 09:55 h.

Tiene razón y corazón Milena Busquets cuando se pregunta: «¿Por qué la sal lamida del hombro de mi hijo pequeño es el manjar más delicioso del mundo?». Cuando escribe que no hay como el desorden del verano. «¿Cuál es el mejor baño del verano?». Cada uno decidirá. Los veranos, como todo, los vas apreciando con la edad. Ese tiempo libre en el que es muy importante aprender a pasmar. La capital del verano es el placer. Nada como recordar aquellos veranos sin final de la infancia. Cuando niños. Cuando tus hermanos y tú estabais convencidos de que eran los padres los que colocaban por las mañanas el sol en lo alto para ser todos felices en la playa. El arenal de Vilarrube. Jugar al fútbol y ponerte como una croqueta. Estar seguro de que desde las caracolas del pelo de tu hermana también se escuchaba el mar. Y creer que los días nublados los decidían los padres para cambiar de planes e ir a algún merendero perdido y destartalado a comer el chorizo más picante de León o del Bierzo. Los mismos días nublados que valoran como nadie los mesetarios que dicen eso de «el gusto que da en Galicia dormir tapado y ponerse una chaqueta». Las horas haciendo tiempo para la digestión y volver a bañarte. El último baño del día en la piscina de Guitiriz, que nunca era el último baño del día, hasta que todo estaba tan oscuro que no encontrabas ni las chanclas. Qué bien sienta ese moreno que amas, con esa apariencia de salud. Y tus hijos que te sueltan: «Papá, ¿tú por qué nunca te pones moreno?». Y les contestas: «Porque me gusta ser como Iniesta». Eres un rostro pálido, como ese héroe nacional, y vas a la playa con sombrilla y con más protección de la que te pondrías para ir a la central de Fukushima. En verano corre la libertad como electricidad y da gusto que nada esté en su sitio. Que las horas salten por los aires. O los veranos de la adolescencia cuando el corazón se aceleraba de hormonas y te enamorabas de una mirada y ya no podías dormir. Y deseabas que fuera el día siguiente y que ella estuviese en la playa para volver a verla, aunque durante toda la noche insomne no dejaste ni un segundo de mirarla. Este verano y los otros veranos. «¿Cuántos veranos nos quedan?», se pregunta Milena Busquets. No lo sé. Pero no hay que dejar de disfrutarlos para, como haces ahora, cerrar el cine de los ojos y acordarte de los que no están. El otoño, que también adoras, tiene algo de estación enferma hacia el invierno por ese poder del verano que permite que todos volvamos a ser niños.