El imitador

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Juan Carlos Hidalgo | EFE

19 sep 2018 . Actualizado a las 07:33 h.

Ayer hemos visto en el Congreso al mejor imitador de José María Aznar. Se llama, casualidades de la vida, José María Aznar, igual que quien fue presidente del Gobierno y del PP. Se parece en todo, menos en el bigote. Si le hubieran puesto un bigote espeso y negro, sería idéntico al que gobernó España entre 1996 y el 2004. Habla igual, tiene la misma contundencia, sigue convencido de las mismas ideas, siente el mismo menosprecio por la izquierda y los populistas y puede repetir aquello de «quien me busca, me encuentra». Ese imitador de Aznar lo hizo tan bien en el papel que le había encomendado el auténtico que no parecía que hubiese acudido al Parlamento a responder a las preguntas de los inquisidores diputados, sino a ajustar cuentas con quienes le querían cercar con todo: con la caja B, con la guerra de Irak o con la boda de su hija.

Ese imitador es, por fin, esa derecha sin complejos por la que tanto suspiran los conservadores más convencidos. Si hay que decirle algo al representante de Bildu sobre sus vínculos con el terrorismo, se le dice. Si hay que llamar golpista a Esquerra Republicana en la cara de Gabriel Rufián, se le llama. Y si hay que recordar a Pablo Iglesias sus cobros en el extranjero, se le recuerdan. Por supuesto, sin inmutarse, como cuando orinaba cubitos de hielo. A veces, con un punto de nerviosismo -impropio del Aznar auténtico, natural en el imitador-, pero siempre con esa autoridad que los críticos llaman prepotencia.

Es lo que tiene haber salido de la política activa, tener una plácida y provechosa actividad privada y estar convencido de que fue el mejor presidente de aquel país del que se podía decir «España va bien». Ahora está instalado en la historia y duerme entre sus propios laureles. Ve la política desde arriba, como una asignatura aprobada. Contempla los problemas actuales como fruto de unos dirigentes bisoños y de patriotismo descriptible. Y le importa un pimiento lo que digan: nada será peor de cuanto le han dicho en artículos, declaraciones y mítines que parece Franco de tanto como se habla de él.

A escucharlo acudió Pablo Casado y hay que ver qué abrazos se dieron. Se les nota que se quieren, porque el imitador de Aznar sabe que el auténtico no se prodiga en expresiones de afecto: Aznar es el anti-Suárez en el sentido de que Suárez fue el hombre que mejor abrazaba de España. Que yo recuerde, era el primer encuentro con cámaras entre el jefe y el antiguo subordinado. Me queda la duda de si era también el encuentro del alumno y el profesor. Si Casado fue a respaldar al profesor, ya sabéis qué política conservadora nos espera: la derecha sin complejos. Con muchos menos complejos que cuando gobernaba el auténtico Aznar.