Pinker, o la vie en rose

OPINIÓN

20 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo dejo. He decidido dejar de meterme con los gobiernos y con el modelo económico bajo el que se cobijan, porque no estoy siendo justo.

Es injusto no ser optimista cuando en los últimos diez años, es decir, desde que aprendimos gracias a los hermanos Lehman y sus compinches que el «apalancamiento» sí es un arma de destrucción masiva y no lo que (no) había en Irak, el número de millonarios en el mundo se ha duplicado.

Qué decir de España: el número de millonarios ha crecido en estos diez años en más de un setenta y cinco por ciento, la tasa de mortalidad infantil es de las más bajas de Europa y la tasa de alfabetización llega casi al cien por cien. Hemos progresado tanto desde que somos europeos de verdad, que no hay razones para ser pesimista, y menos para cuestionar las bondades del mercado único.

No sé si es esta la actitud que esperan quienes invocan a Steven Pinker (ese profesor de psicología del auténtico Harvard, no el de Aravaca, al que utilizan para pintar nuestras vidas de rosa) frente a quienes no comulgamos con la rueda de moler personas que es el neoliberalismo. Pero no va a ser esta semana cuando la adopte, ni la que viene.

Porque aunque me parece muy bien el optimismo racional, coincido en la defensa de valores como la razón, la ciencia, el progreso y el humanismo, y considero que participo de la argumentación contrastable con datos teniendo en cuenta los sesgos cognitivos por los que estamos más atentos a las noticias negativas que a las positivas, entre otros sesgos de signo contrario, no debemos ocultar que una cosa son “algunos” datos y otra cosa es cómo se presentan y, finalmente, para qué. Y Pinker, como reconocido académico en el ámbito de la cognición y el lenguaje, lo sabe perfectamente.

Otros académicos, también de otras disciplinas, incluso han llegado a definir la «falacia de Pinker» como la difusión inferencias anecdóticas basadas en ruido estadístico. Y es que con «sus» datos, parciales, y los argumentos que pretende sustentar con ellos, quiere describirnos una realidad que no acaba de concordar, por ejemplo, con la de las millones de personas que padecen, desde hace lustros, las consecuencias de una colosal estafa a la que llamamos «la Crisis». Una crisis que, como un eslabón más de la cadena que sujeta el grillete económico que nos atenaza, ha supuesto, además, un punto de inflexión respecto a las expectativas de progreso social continuado que el profesor atribuye a la Ilustración liberal. Tomar una parte de la realidad, más o menos objetiva, por el todo, puede estar sirviendo a una justificación ideológica de un sistema que a él, subjetivamente, puede que le haya funcionado muy bien.

Cuando Pinker dice que «la realidad es que el mundo no deja de progresar» cree estar describiendo una realidad incontestable, consustancial a la Ilustración. Pero, en mi opinión, es una  descripción sospechosa. Sin bien son verosímiles los datos que avalan cierto progreso, no puede asegurar si el mundo progresa adecuadamente porque depende de un criterio de valoración que no es objetivo ni universal.

Pongamos dos ejemplos. Demos por cierta su afirmación de que ha habido un declive de la violencia, en general, y de las guerras, en particular; y más concretamente, desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, no parece tener en cuenta si lo que ha pasado es que ha evolucionado la manifestación de la violencia hasta una forma sofisticada, sutil e incruenta, incluso conservando los motivos de la misma. Para robarnos nuestro dinero ya no necesitan asaltarnos a punta de pistola; basta con hackearnos la tarjeta de crédito sin que nos demos cuenta. Y hoy los países no se conquistan con armas convencionales, obsoletas; se dominan por la deuda.

Es cierto también, como dice, que se ha reducido notablemente la pobreza extrema, pero no lo es menos que se ha incrementado drásticamente la cantidad de riqueza que acumula el 1% más rico de la población. Pinker cree que no importa la desigualdad, sino la pobreza; como si no tuvieran nada que ver. ¿Qué pasa entonces a quienes nos encontramos entre los dos extremos que incrementan, desigualmente, claro, su cuota, en un sistema con recursos limitados? Él no lo dice; aunque lo sabemos, porque lo padecemos de forma extensa y creciente.

Respecto a la relación de co-determinación entre realidad e ideología, la filósofa y teórica social Alenka Zupancic, cuyos trabajos versan sobre la ética de lo real, dice que «el principio de realidad [nuestra relación subjetiva con ella] está mediado ideológicamente él mismo; hasta podría decirse que constituye la forma mayúscula de la ideología, al ser la ideología que se presenta como puro hecho empírico (o biológico, o económico), como una pura necesidad que tendemos a percibir, justamente, como no ideológica. Y es en este punto donde deberíamos estar especialmente alertas al funcionamiento de la ideología».

Estemos alertas, por tanto, cuando tratan de convencernos de que aflojar los grilletes a un preso con riesgo de gangrena es un progreso real, incluso cuantificable con medidas objetivas como el diámetro de apertura, y subjetivas, como el dolor. La cuestión es si es aceptable poner grilletes a una persona, o a una sociedad. No es pues solo una cuestión de datos, sino una cuestión moral.

Si es cierto que progresamos, estamos lejos de hacerlo tanto como es posible. Dicho de otra manera; tenemos los conocimientos y los recursos para cumplir los Objetivos del Milenio de la ONU pero no se cumplen porque no hay capacidad ni, en muchos casos, voluntad política. Y no las hay porque la «Corporación Financiera Internacional del 1%» no va a permitir que los gobiernos a los que tiene subcontratados tomen decisiones que van afectar negativamente a su cuenta de resultados.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.