No más cristales rotos

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

25 sep 2018 . Actualizado a las 08:24 h.

¿Quién tiene derecho a residir en un país dónde no ha nacido? La respuesta define a la política de quien la atiende porque se refiere a la recepción de inmigrantes, exiliados y/o refugiados, cuestión central que tiene que ver con el valor dado a los derechos humanos. El rechazo por motivos de raza, religión o procedencia responden, en el fondo, al rechazo a compartir nuestro bienestar con «otros» que necesitan una oportunidad. Es una cuestión económica que tiene consecuencias políticas. Las migraciones están hoy reguladas por el derecho internacional y por las leyes de cada país, más accesibles cuanto más cerca esté del Estado del Bienestar. El alcalde de O Grove recordó la importancia que tuvieron para su pueblo las remesas de dinero que enviaban los emigrados a Argentina, Brasil, Cuba, en nuestros años más negros. Viene a cuento el recuerdo del verano de 1938, cuando los nazis cancelaron el visado de residencia a los extranjeros sin importar el tiempo que llevaran viviendo en Alemania; 17.000 judíos quedaron a la intemperie en la frontera polaca donde nadie quiso hacerse cargo de ellos, en una imagen que recuerda demasiado la que Trump y su Administración produjeron este mismo verano en la frontera con México. Un año después, en septiembre de 1939, comenzaba la Segunda Guerra Mundial.

El odio al extranjero se ha puesto de moda y se extiende por toda Europa, incluso en lugares donde nadie lo imaginaría. En Suecia, los ultras son ya tercera fuerza parlamentaria con un mensaje xenófobo y motivador para el 17,6% de los votantes que temen una «invasión». La tendencia ya había llegado a Dinamarca, Holanda, Bélgica, Austria, Alemania, Italia... cabecillas de medidas extremas como las del Gobierno húngaro que acaban de hacerles perder el voto en el Consejo de la UE por sus incumplimientos en materia de derechos civiles. Parecía superada la crisis económica de la última década, pero sus consecuencias: recortes en las políticas públicas que garantizan derechos como la sanidad, la enseñanza, la vivienda, el transporte o las pensiones, han motivado el miedo a perder lo conseguido por clases medias que, antes de las políticas socialdemócratas, eran bajas o muy bajas. Es la condición económica de quienes buscan asilo, refugio u oportunidades, lo que les hace inasumibles por miles de trabajadores que aún no son pobres, pero le han visto las orejas al lobo. Es el mismo perfil de votantes que defiende las bravuconadas de Trump en Estados Unidos, al grito de «yo primero» y a quien se quede atrás, que lo zurzan. Malos tiempos para mantener los cristales íntegros.