Fetichistas de barrio

OPINIÓN

27 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay una vieja viñeta de Chumy Chúmez en la que un progre de libro bajo el brazo mira a un grupo de personas que representan a la clase trabajadora y se dice «A veces pienso que esta gente no se merece que me lea entero El Capital». La viñeta es de 1972, pero todavía hoy sigue muy vigente, y mucho me temo que con toda probabilidad ya estaba vigente en 1867.

Hace más de veinte años acudí a una debate en un local del ayuntamiento de la ciudad donde vivía entonces. El debate era sobre el racismo y la xenofobia, y finalmente derivó en el estado de los barrios marginales de la localidad. Todos hablaron, hablaron mucho, y algunos de ellos hicieron todo lo que estuvo en su mano para evitar que yo hablara. Precisamente el único habitante de un barrio marginal era yo, pero se ve que no era suficiente. Después se pusieron a pontificar sobre la integración del pueblo gitano, y recuerdo perfectamente cómo la organizadora del evento levantó la mano para hacerme callar y dijo que los gitanos no muerden. Dado que yo era el único que había crecido con niños gitanos, ya intuía que, efectivamente, no muerden, pero no tuve ni voz ni voto, en fin, en todo el debate supuestamente abierto, tan abierto que hubo algunos que acabaron hablando de forma grandilocuente de Maquiavelo, momento que aproveché para largarme de allí antes de que se me pegara la burguesía a la que no pertenezco. Fue la primera vez que entendí dolorosamente que los de mi clase, efectivamente, estamos vetados en casi cualquier lugar. Muchos años después, escribí una entrada en mi viejo blog que hablaba sobre las mujeres de barrio. Para mi sorpresa, la entrada obtuvo miles de visitas, y muchísima gente en las redes sociales me felicitó por él. Algunas personas de las que más efusivamente lo hicieron, tiempo después sacaron mi escrito a relucir para reprocharme mi presunto clasismo y misoginia por haber utilizado en el texto la palabra «chonis». De nada sirvió explicar que aquellas chonis eran mis vecinas, que vivía con ellas y estas personas no, y tampoco sirvió de nada señalar que no había tono despectivo alguno en mis palabras. Repito, la misma gente que me felicitó efusivamente, se puso a insultarme tiempo después por exactamente el mismo texto. El mismo, sin retoque alguno. Esta sensación de que a los de clase baja no nos dejan sacar los pies fuera del tiesto quienes presuntamente apoyan y defienden nuestros intereses, es cada día más intensa, pero no tanto como la sensación de que ha dejado de importar lo que dices, solo importa cómo lo dices y la ofensa que esté de moda esta semana.

Este abismo entre la izquierda pseudointelectual, el activisme, y los que crecimos en la mugre o seguimos en ella, es evidente. Han surgido algunos articulistas, llamémosles Soto Lenore y Víctor Ivars, que se dedican desde hace un tiempo a señalar esto: la existencia de una izquierda encantada de haberse conocido y absolutamente ajena a los problemas de los que menos tienen, e incluso, en sonoros y delirantes casos, con un repugnante odio irracional hacia las clases bajas y los jubilados. Claro, hay una reacción a estos articulistas, y algunos llaman fetichismo de barrio a todo aquello que intente señalar de alguna manera este problema en la izquierda que sin duda afecta a nivel electoral.

Es de suponer que ese fetichismo de barrio no se da en Malasaña, no les hace falta. Pero ocurre algo curioso con esto. Cuando algún articulista de esos que citan al ultraderechista norteamericano Jim Goad como fuente, se pone a despotricar sobre el tema, es viralizado rápidamente por sus detractores, sin importar en ningún momento lo que dicen, solo importa quién lo dice, una forma curiosa más de no pensar. En cualquier caso, lo realmente irritante de esto, que parece estar convirtiéndose en una costumbre, es que son precisamente sus detractores quienes están otorgándoles legitimidad. Son ellos, sí, quienes les están dando importancia como portavoces de algo, y lo más triste, son ellos, al fin, quienes acallan a los que señalamos algo parecido y vivimos en un entorno difícil.  Son muchos años con un elefante en la habitación sin que nadie hable de él. No es casualidad que te salten a la yugular en cuanto se te ocurre decir que la izquierda de hoy solo te apoya si tienes estudios superiores y te tienes que ir de Malasaña. 

Pero importa más lo que tengan que decir Ivars o el otro que lo que diga yo, no vaya a ser que algún día viralicen el artículo de un barriobajero y les saque los colores. Y claro, este asunto de atacar al mensajero, se torna virulento y desagradable cuando alguien de un entorno distinto se pone a hablar del mismo tema, y a esta persona de un entorno menos favorecido se le tilda con notorio entusiasmo de facha, homófobo, de dar sablazos para pagar pufos de farlopa y todas esas cosas que hacemos las clases bajas, pues está en nuestros genes. Las balas no entienden de clases sociales, esto es así.  Lo que no soportan algunos es que los pobres saquen los pies del tiesto. No importa lo que digan, ni lo mucho que pretendan solidarizarse contigo, es mentira. Tú solo tienes problemas y vives peor cuando ellos lo dicen, y ante todo, cuando asumes su discurso. Entonces sí, entonces te acarician el lomo y te dan una galletita. Así sí. No molestes más. Espera tu turno, vuelve mañana. 

No hay un fetichismo de barrio. Ser de un barrio pobre no me hizo mejor persona, ni me siento orgulloso de ello. Ser de barrio obrero no es una identidad, porque creer que eso es así sería poco menos que tener ideas lombrosianas y pensar que no se puede cambiar y mejorar nuestra situación, y la posibilidad de cambiar lo que hay en los barrios obreros es la principal obsesión de mi vida que, en ocasiones, hasta me impide dormir. Vivir peor, vivir menos, vivir con menos, sufrir más la crisis, vivir con más incertidumbre, saber que has perdido desde el mismo momento en el que naciste, no da para fetichizar nada. Nadie quiere vivir peor. No es orgullo, es ira.