Kirk Douglas, superviviente de una era

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

ALBERTO E. RODRIGUEZ | AFP

El actor, uno de los últimos estandartes de la época dorada de Hollywood, cumple cien años con una filmografía marcada por los tipos duros y los personajes conflictivos

09 dic 2016 . Actualizado a las 07:17 h.

Kirk Douglas cumple hoy cien años, un hito biográfico que lo convierte no solo en un superviviente de la era dorada de Hollywood, sino también en el superviviente de sí mismo. Frente a la adversidad y el destino, el actor ha contrapuesto una genética envidiable y el empeño del tesón, además de una considerable buena suerte.

Douglas ha llegado a centenario tras superar avatares que a otros habrían diezmado. Dejó atrás una infancia dura, marcada por la pobreza y un padre ausente y bebedor. Aguantó lo suficiente gracias a su destreza para la lucha y su capacidad para asumir todo tipo de trabajos antes de conseguir una beca para estudiar interpretación en Nueva York, pese a lo cual durmió alguna noche en la cárcel por no tener otro sitio donde quedarse. En 1958 no se subió al avión del productor Michael Todd que acabaría por estrellarse sin supervivientes y en 1991 salió ileso de un accidente de helicóptero en el que murieron dos personas. En 1996 sufrió un derrame que lo dejó sin habla pero pudo agradecer su Óscar honorífico. Ha pasado por lo peor para un padre, enterrar a un hijo -Eric, por sobredosis-, y habrá deseado que la historia no se repita con su atribulado nieto Cameron, hijo del también actor Michael... 

Presencia imponente

Con esta madera de duro, no es de extrañar que Douglas haya destacado en el cine en papeles de alta exigencia física. El esclavo Espartaco, el arponero Ned Land, el boxeador Midge Kelly, el vaquero Jack Burns (Los valientes andan solos) o el detective Jim McLeod (Brigada 21). Pero el actor también se valió de su imponente presencia para retratar los dilemas que acuciaban a sus personajes, desde el coronel Dax de Senderos de gloria al artista torturado por excelencia, el Van Gogh al que dio vida en El loco del pelo rojo. Del mismo modo, interpretó como ninguno a villanos dotados de una maldad sin fisuras: el reportero cínico y sin escrúpulos de El gran carnaval o el productor manipulador de Cautivos del mal.

La variedad de papeles a lo largo de su carrera es testimonio de su versatilidad como actor: a los ya mencionados hay que añadir sus registros como músico de jazz, vikingo, ejecutivo publicitario, leñador, superviviente del Holocausto, arquitecto o ladrón sofisticado. A ello hay que añadir su visión para asumir facetas del negocio cinematográfico hasta entonces vedadas a estrellas de la actuación, como la dicción o la producción (su empresa se llamó Byrna, el nombre de su madre). Y, por si esto fuese poco, dos volúmenes de memorias, varias novelas y documentales sobre su trayectoria completan una incesante actividad que abarca también la filantropía.

Su hijo Michael y su nuera Catherine Zeta-Jones le organizaron ayer una fiesta de cumpleaños en Los Ángeles para conmemorar su centenario, una condición en la que le ha precedido por unos meses otro icono de la edad de oro de Hollywood, Olivia de Havilland. Una época capaz de lo mejor -que un obrero hijo de refugiados judíos se convirtiese en una estrella- y de lo peor -las listas negras del macartismo que Douglas combatió-. Hoy, el actor nacido como Issur Danielovitch en Ámsterdam, Nueva York, celebra su centenario y una carrera excepcional. Y, como dice él, «sin una sola secuela».