Demolida la Casa Guzmán de De la Sota, obra maestra de la arquitectura moderna

EFE

CULTURA

El propietario del inmueble que el maestro pontevedrés concibió en 1972 para su padre en la urbanización de Santo Domingo, en el municipio madrileño de Algete, quería otra vivienda

14 ene 2017 . Actualizado a las 09:06 h.

La madrileña Casa Guzmán debida al arquitecto Alejandro de la Sota (Pontevedra, 1913-Madrid, 1996) fue demolida por su propio dueño. Una actuación que, pese al valioso patrimonio destruido conscientemente, no es ilegal, pero que ha causado «una indignación tremenda y generalizada; y es que esto ha sido muy gordo», reprueba Teresa Couceiro, directora de la Fundación Alejandro de la Sota, que vela por la conservación y la difusión del legado del artista gallego. Van camino de 200.000 visitas en su página de Facebook y son miles los mensajes de denuncia y solidaridad que han recibido de todas las partes del mundo. «Integraba, con la Casa Domínguez de A Caeira, en Poio, y la Casa Varela en Vilalba, el trío de joyas de De la Sota en el ámbito de la vivienda unifamiliar», elogia Couceiro.

Era una obra prodigiosa y un admirado referente internacional de la arquitectura del movimiento moderno en España. Pero tras la muerte de su propietario original, Enrique Guzmán, que en los años setenta encargó la vivienda a su amigo De la Sota y que estaba orgullosísimo de su hogar, los herederos han querido deshacerse de la casa. Trataron de venderla sin éxito y finalmente el hijo de Guzmán ha sustituido el inmueble -ubicado en la urbanización Santo Domingo del municipio madrileño de Algete, mirando al valle del río Jarama- por un bloque informe de tres plantas que ha suscitado una dura y masiva reprobación de los expertos y que la Fundación De la Sota descalifica sucintamente así: «[El dueño] ha preferido demolerla [la Casa Guzmán]» para hacerse su propia tontería». Sin embargo, Couceiro insiste en que no hay que poner el foco en la actuación particular, «la conservación de una obra de arte no puede depender de la sensibilidad de una persona privada. ¿Para qué hablar del señor Guzmán?». Aquí, dice, con la cabeza bien fría, debe investigarse qué ha fallado para que algo tan terrible pueda suceder. La fundación señala al colegio de arquitectos y a los poderes públicos. ¿Qué pasó con el visado del nuevo proyecto que corresponde emitir al colegio?, ¿qué ocurre con la Administración autonómica que no protege la arquitectura contemporánea?

Couceiro advierte de que esto puede volver a pasar con cualquier otra obra de De la Sota u otro autor del siglo pasado. De hecho, ya ocurrió hace apenas dos años con el edificio industrial de Clesa, que se salvó «solo porque un vecino vio una grúa lista para el derribo y nos avisó; y menos mal que llegamos a tiempo, la movilización social e intelectual paralizó la demolición». Por eso la fundación llama a la reflexión y se daría por satisfecha si este drama sirve para relanzar el debate entre políticos y técnicos y se establece una figura legal de protección para estos edificios.

«¿Por qué se protege cualquier inmueble decimonónico aunque no tenga calidad, solo por que sea antiguo, y no se protegen las joyas de los grandes arquitectos nacidos en el siglo XX?», se interroga Couceiro. No es, agrega, por que no se sepa, todas estas arquitecturas están perfectamente localizadas y catalogadas, sino porque (por fuertes motivaciones económicas) no interesa y también por una clara carencia cultural que en otros países no existe. Y cita los edificios de la Bauhaus en Alemania, todos hiperprotegidos y en el marco de un patrimonio histórico-artístico divulgado orgullosamente.

No todo lo que se hizo en la posguerra en España es bueno, pero hay ejemplos excelentes, insiste Couceiro, que cambiaron la arquitectura trabajando con escasos recursos. «No estamos hablando de la arquitectura espectáculo, de edificios vacíos. De la Sota y sus compañeros no se preocupaban por su imagen, hacían una arquitectura modesta, racional, brillante... Y no era cosa de priorizar la funcionalidad, como se piensa a menudo -‘la funcionalidad ya se sobreentiende; se da por hecho’, decía De la Sota-. Es una arquitectura que miraba el contexto, pensada para que la gente se sintiese bien».