El bicentenario de un Campoamor no correspondido

J. C. Gea

CULTURA

Postal de época con la efigie de Campoamor y el inicio de su poema «El Tren Expreso»
Postal de época con la efigie de Campoamor y el inicio de su poema «El Tren Expreso»

¿Por qué están pasando prácticamente desapercibidos los doscientos años del nacimiento del poeta, ensayista, dramaturgo, político y hombre público naviego, uno de los autores más leídos y populares del XIX español?

26 sep 2017 . Actualizado a las 16:47 h.

El 17 de septiembre, el teatro Campoamor de Oviedo -así bautizado por iniciativa de Leopoldo Alas «Clarín» en memoria del poeta naviego Ramón de Campoamor (1817- 1901)- cumplía 125 años; una efeméride que cuenta con sus propias conmemoraciones y que no ha pasado desapercibida en titulares de cuerpo abultado. Siete días después, el pasado domingo, el poeta, ensayista polifacético, dramaturgo, político, articulista, académico y hombre público, hubiese cumplido doscientos años. De momento, y salvo en su Navia natal y en algunos de los centros educativos que llevan su nombre, en Asturias apenas se ha hecho nada por recordarlo. Desde las instituciones, solo el Partido Popular lanzó en su día una iniciativa en tal sentido -que incluso recibió el voto en contra del PSOE-; pero incluso en ella y en los actos que ha anunciado para el próximo noviembre parece anticiparse la impresión de que el teatro parecía recibir más atención que su titular. Y tampoco mucho más se ha escuchado estos días en el resto de España: una coronación simbólica con lectura dramatizada en la Biblioteca Nacional de España; alguna alusión en la web de la Real Academia Española, de la que fue miembro; algún artículo suelto en tono un tanto irónico y liviano… La editorial sevillana Renacimiento y el crítico y escritor de adopción asturiana José Luis García Martín marcan, al menos, el contrapunto con la publicación de Humor, amor y filosofía, antología poética campoamoriana, y la reedición de su Poética. ¿Cuáles son los motivos para que el bueno don Ramón haya pasado de este modo al olvido, en particular entre sus paisanos, después de haber sido uno de los poetas más populares, leídos y declamados de la España de su tiempo?

El canon literario y la política

Lo más socorrido sería hablar de los caprichos del canon literario y de la obsolescencia de las modas poéticas, que han corrido lo suyo desde que Campoamor consiguiese ser una especie de best-seller lírico inconcebible en este momento, salvo que se piense en lo que de poeta puedan tener los cantautores o las estrellas del rock. O se puede apelar a desafecciones políticas, dado que don Ramón fue convencido conservador y monárquico, parlamentario moderantista, gobernador civil o incluso consejero de Alfonso XII: todo un mascarón de proa de la burguesía más inmovilista de su tiempo. Aunque si nadie se acuerda de su poesía, es dudoso que recuerde lo que conlleva hoy haber sido moderantista o gobernador civil del Alicante decimonónico.

Sobre todo por lo que respecta a su poesía, el juicio tiende a ser, como poco, displicente: entre los happy few a los que les interesa lo puesto en verso, carga Campoamor desde hace décadas con los remoquetes de poeta demasiado pródigo y disperso, excesivamente banal o excesivamente filosófico, abonado al ripio y cursi, a los que hoy sin duda no le faltarían cargos de incorrección política y machismo, a pesar de que fue un auténtico pionero en la conquista del mercado femenino de lectura.

Guillermo Díaz Plaja dejó, por ejemplo, el retrato más o menos fijado, que justificaría hasta cierto punto el olvido: «Poeta de tono medio, ingenioso y amable, habría de encontrar un amplio eco en la mesocracia española que vio en él a un poeta representativo. Su obra no tiene valoración enfocada según nuestro actual sentir estético, pero es innegable que Campoamor inaugura una manera personalísima de versificar, sin precedentes ni seguidores afortunados».

¿Un antipoeta?

Pero, incluso si una parte sustancial de todo ello fuera verdad, ¿bastaría para haber borrado de este modo a don Ramón de Campoamor del calendario de 2017? No son pocos los que hubieran discrepado de un juicio literariamente injusto. Después de su tiempo, casi nadie se ha atrevido a defender que fue un poeta mayúsculo, pero sí un poeta que, contra lo que pueda parecer para un caballero tan burgués y respetable, revolucionó la poesía de su tiempo y prefiguró una parte de la poesía española del siglo XX. Campoamor, un rompedor, un pionero y -hasta se ha sostenido- «un antipoeta». Y también, un teórico de la poesía de primer orden, sin parangón en la España de su tiempo.

Más allá del prestigio y el reconocimiento que le acompañaron la mayor parte de su vida, lo primero lo han defendido abogados tan ilustre como el propio Clarín. «Campoamor y Núñez de Arce van a ser, no se sabe por cuánto tiempo, los últimos poetas castellanos, dignos, por la idea y por el estro, de tal nombre. Desde ellos se cae en el pozo de la vulgaridad ramplona, del nihilismo más desconsolador, de la hojarasca más gárrula y fofa», escribió Leopoldo Alas, que los describe como «reyes sin súbditos». Campoamor escribió poemas épicos, patentó las doloras, humoradas y pequeños poemas, vio sus versos en libros, postales y estampas como los oyó declamados y escenificados… Pero lo que los poetas posteriores más aprecian en él no fue el qué escribió ni su calidad, sino el cómo lo escribió. Y frente a qué lo escribió.

Dos o tres de sus lúcidas reflexiones sobre lo que entendía por poesía resumen las razones de ese aprecio contemporáneo.  «El arte supremo sería escribir como piensa todo el mundo», escribió Campoamor. Y también: «Sólo el ritmo debe separar el lenguaje del verso de la prosa». O: «La poesía es la representación rítmica de un pensamiento por medio de una imagen y expresado en un lenguaje que no se pueda decir en prosa ni con más naturalidad ni con menos palabras». Frente a las efusiones, artificiosidades y retórica del romanticismo en boga, el naviego rompió con audacia una lanza una poesía basada en la experiencia común, el lenguaje y los asuntos cotidianos, la ironía y el humor, el gusto por lo conciso y lo sentencioso y una poesía capaz de hablar de un amplio rango de ideas y sentimientos que podían compartir todos sus lectores.

Por ese gesto de ruptura, un crítico tan exigente como Luis Cernuda le «toleró» sus debilidades como poeta y lo puso al frente de la modernidad poética española: «Campoamor ha pasado a ser para nosotros, aunque no se lo lea, el poeta prosaico por excelencia, y su expresión y lenguaje, ejemplo de vulgaridad. Sin embargo, al juzgarlo así se olvida su mérito principal: haber desterrado de nuestra poesía el lenguaje preconcebidamente poético... Digan lo que se quiera de Campoamor como poeta, no por eso debe dejar de reconocerse la deuda que nuestra poesía tiene con él por haber desnudado el lenguaje de todo oropel viejo».

Su forma directa, coloquial, conversada y cercana, prosaica en el sentido menos peyorativo del adjetivo, de escribir la mejor parte de sus versos ha tenido seguidores tan ilustres como el Machado de Juan de Mairena, Cernuda, poetas de la generación de los 50 -Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Barral, Goytisolo y el compatriota asturiano Ángel González- y muchos de los que se llamó después la «poesía de la experiencia». Campoamor fue -reconocido o no, quizá más en las intenciones que en los resultados- un visionario bisabuelo.

Un autor con doble vista

Claro que puede resultar hoy muy antipático pensar que es también el poeta que medró utilizando la poesía con adulaciones como «A la Reina Gobernadora, restauradora de las libertades patrias», que le sirvieron de combustible en su larga carrera política. Pero era normal en la época. Y es verdad, como dice Clarín, que hay algo «paradójico» en eso: «Siendo conservador en casi todo lo demás», escribe, Campoamor fue un «revolucionario a su modo en la retórica». Ahí está seguramente lo que más se puede valorar hoy en el postergado naviego. Su amigo Alas también le nombró «el primer poeta español de nuestros días que se ha hecho acompañar siempre, o casi siempre, de un crítico, que era él mismo», y esa «doble vista» de poeta-teórico fue elogiada por Cernuda, que le comparó con Wordsworth, o Vicente Gaos, que le equiparó nada menos que con T. S. Eliot. Dos cimas teóricas -a la par que poéticas- de la poesía inglesa.

Pocos lo han expresado con tanta claridad como otro poeta asturiano. En conversación con Xuan Bello, Ángel González declaraba que Campoamor es un poeta «mucho más interesante de lo que se suele considerar». Valgan sus palabras como el mejor alegato para reconsiderar un olvido:

«Comprendo que su obra poética en conjunto tiende a veces a lo vulgar, a lo chabacano, pero es un poeta interesante, inteligente, en muchos aspectos. Como crítico era excepcional, aunque escribió tantísimo que en su obra se pueden encontrar ejemplos de todo, para bien y para mal. Como crítico era muy lúcido y defendió muy bien las posiciones de la buena poesía realista, incluso con tonalidades sociales. Es un poeta interesante y un excelente teórico. La Poética de Campoamor es buenísima. No sé si fue Vicente Gaos quien decía que era la poética española más interesante después de la de Luzán. Fue una poética que pudimos aprovechar en su día los poetas sociales; pero Campoamor por aquel entonces estaba tan desacreditado que no lo hicimos. Pudo ser el miedo a que nos tildaran de campoamorianos, no lo sé; yo tal vez no la había leído todavía… Sí, efectivamente, la leí mucho más tarde, cuando ya habíamos teorizado por otras vías la poesía que íbamos haciendo».

Quizá con eso bastaría. De todos modos, hay que recordar que, por encima o por debajo de todo, Campoamor era un sabio escéptico y lleno de sentido común que ya se había anticipado preventivamente a cualquier olvido, por mucho que gustase de la fama. Valga su dolora «La ambición»: «A un monte una vez subí, / y de cansado me eché;/ más luego que lo bajé,/ de confiado caí./ -¡Dejame, ambición, aquí/ hasta morir descansando / ¿Qué ganaré ambicionando,/ si cuanto más suba, entiendo/ que me he de cansar subiendo,/ y me he de caer bajando?».