«Verano 1993»: los 8 pasos de una joven cineasta en el camino hacia el Oscar

J. C. GEA GIJÓN

CULTURA

Eduardo Zarramella, Mercedes Martínez-Abarca, Carla Simón y Valérie Delpierre en el FICX Industry Days
Eduardo Zarramella, Mercedes Martínez-Abarca, Carla Simón y Valérie Delpierre en el FICX Industry Days

La directora Carla Simón y la productora Valérie Delpierre reconstruyeron en la sección del FICX para profesionales Industry Days el proceso que desembocó en la selección de la opera prima de la primera como representante española en la carrera por los Oscar

22 nov 2017 . Actualizado a las 09:25 h.

¿Cómo pasa el primer largometraje de una joven realizadora apenas conocida a convertirse en la Mejor Opera Prima en Berlín, triunfador en Málaga, favorito del público en Buenos Aires, premio en Estambul, revelación por doquiera y, finalmente, representante de España en los Oscar 2018? ¿Qué tiene Verano 1993, la película de la cineasta catalana Carla Simón, para haber merecido tanta aclamación? Talento, se dirá. Una historia cautivadora. Una factura exquisita. Todo ello es cierto. Pero hay bastante más que eso, y la propia cineasta catalana lo ha destripado en Gijón junto a Valérie Delpierre, de Inicio Films, una de las productoras de la pelicula junto a Avalon. Ambas han participado en uno de los «Case Studies» -sesiones donde se analizan casos concretos de producciones que tienen algo que enseñar a otros cineastas- en el foro para profesionales Industry Days del Festival Internacional de Cine de Gijón. Simón, cuyos trabajos está repasando uno de los ciclos del FICX, ha recorrido junto a Delpierre el camino que lleva de aquella historia de su propia infancia que la autora quería contar en un largometraje a la parrilla de la Mejor Película Extranjera sobre la que la Academia de Hollywood decidirá en febrero.

1. Mimar el guión (y airearlo)

No solo es tener algo que contar -en este caso, el núcleo de una infancia atravesada por la pérdida de los padres por el sida y la adopción por una nueva familia- y entregarse al clásico trabajo solitario de escribirla. Carla Simón escribió «relativamente rápido», en apenas un mes, la primera versión. Pero en la configuración de su libreto fueron esenciales los pasos por talleres de guión como los Laboratorios de la SGAE, CIMA Mentoring, el Low Budget Film Forum en Francia, el Script Station de Berlín o el Proyecto Ekran+, en Polonia, entre otros.

Para Simón su utilidad es incuestionable. «Ayudan a ponerse plazos y fechas de entrega. Acompañan un proceso muy solitario, recibes feedbacks y nos ayudó a comprobar que el guión funcionaba como tal, como una historia, no solo como una sucesión de recuerdos». Pero también hay que saber enfrentarse a ellos con criterio, recalca Delpierre: «Están bien solo si sabes lo que estás buscando, porque recibes opiniones subjetivas que hay que saber coger y rechazar». Simón está de acuerdo: «Recibes muchas opiniones distintas, tantas que yo tuve que volver a mirar la primera versión para acordarme de lo que quería hacer, aunque siempre se saca algo».

Hay otra utilidad, dice la cineasta: «Identificas lo que no funciona en los proyectos de otros y te ayuda también a ser más analítico», sobre todo en los talleres de varias sesiones, como los de la SGAE. Y una que no se suele tener en cuenta: el guión ya puede ser un paso en el proceso de internacionalización. Su divulgación a partir de estos talleres puede ayudar a algo que Verano 1993 buscaba desde el primer momento: posicionamiento exterior: «Crear una pequeña comunidad internacional en torno a un proyecto que se podía entender desde muchos sitios, no solo como una historia que sucede en España o en Cataluña»

2. Hacer valer los cortos

Antes del primer largometraje suele venir siempre una serie de cortometrajes donde el cineasta vela armas, las prueba, se foguea. Y eso también hay que cuidarlo desde el primer momento, más allá del ejercicio; cuidar en ellos todos los elementos, tanto como en un formato mayor, defiende Valérie Delpierre: «Está bien tener claro adónde se va como director. Cada película tiene su lenguaje, por eso hay que cuidar cada paso. La película no se sostiene solamente sobre una cosa».

Eso sucedió con algunos de los trabajos de Carla Simón exhibidos en festivales: «El corto marca un recorrido. Es verdad que lo cogieron en pocos festivales pero en todos ellos abrió puertas para el largo», recuerda, hablando de Las pequeñas cosas, una pieza de casi media hora cuya longitud la convirtió en «una tarjeta de presentación que mostraba que se podía hacer una historia más larga de los diez minutos».

3. Seducir al dinero (con criterio)

Buscar financiación es básico. Y sutil. Y complicado. Casi tanto como un cortejo de seducción. Valérie Delpierre utiliza el símil varias veces para describir un proceso que se basa, más que en la cantidad, en el criterio: «Hay que acudir a mercados de producción, pero teniendo en cuenta que no es un acto de seducción múiltiple. No hacen falta veinte productores alrededor del proyecto; con uno basta». Uno que apueste con convicción por algo que antes, eso sí, le ha tenido que enamorar. «Hay que prepararse bien. No solo es lo que tienes, sino lo que ofreces. Una coproducción es un intercambio de intereses, pero también teniendo siempre claro aquello a lo que tú no debes renunciar», advierte la productora, que admite que Verano 1993 era, en principio, «una película muy poco sexy en términos de mercado, pero con un guión maravilloso, lo que hizo que le salieran muchos novios y novias».

Igualmente fundamental fue encontrar un agente de ventas internacional con un catálogo lo suficientemente ajustado como para que la película no se perdiese en él. Y muchas relaciones; si no para ahora, para el futuro: «Las relaciones no tienen por qué servir en el momento. Tenemos una vida muy larga y muchos proyectos», asegura Delpierre. Para este fueron muchos los socios que de un modo u otro se fueron sumando en distintos momentos: ICAA, TVE, TV3, Movistar...

4. El rodaje: exigencia y flexibilidad

Materializar todo lo que el guión arrastraba -y toda su fuerte carga autobiográfica- no fue fácil. Ni mucho menos. Empezando por un casting que por el que en medio año pasaron hasta mil niñas, y que dejó un conclusión preocupante: «No la tenemos».  «Paramos y seguimos buscando hasta que Laia [Artigas] apareció casi al final, la penúltima.  Queríamos niñas que se parecieran al personaje para que no interpretaran, para que fueran al máximo ellas mismas, y que tuvieran buena combinación entre ellas», recuerda Carla Simón.

Para crear una especie de «memorias compartidas» y «crear intimidad» antes del rodaje en sí, se grabaron varias escenas improvisadas. «Durante el rodaje, sorpresas las mínimas», resume Simón la máxima de trabajo fundamental en ese proceso; cuatro semanas a razón de seis horas diarias, y otras dos con ocho horas de rodaje al día en las que se siguió el guión, pero combinándolo con diálogos improvisados en algunos momentos. Y en las que hubo que lidiar desde el primer día con la potencia desatada de las pequeñas actrices, que empezaron por mostrarse «indignadísimas» después de la primera corrección y la primera orden de repetir una escena. O con Laia, que «el primer día se dio cuenta del poder que tenía sobre 40 personas», y a la que hubo que recordar que la película podía incluso segur sin ella: «Fue una tensión muy fuerte rodar una película con dos niñas dentro y con menos presupuesto del que yo quería», admite.

En ese tiempo, Carla Simón se dio cuenta de que había, por muchas razones que, «acosumbrarse a límites y a renunciar a la toma perfecta»: «Algo», asegura, «de lo que me alegro ahora, porque la película está viva». Lo estuvo en todo momento, llevando en cada plazo el proyecto «un poco más lejos que en plazo anterior, en forma de work in progress». Y siempre con el lastre -como película autobiográfica que es- de que cada minuto de rodaje alejaba el resultado de las imágenes del recuerdo, de las fotografías que fueron una «referencia muy clara» en todo el proceso que, a menudo para Carla, exhibía con crudeza «el dolor de no cumplir los recuerdos»

5. Superar la frustración del montaje

«Ahí no está lo que tenias en la cabeza». Esa frase -y más en una película como Verano 1993- resume la frustración de la directora al tener ante ella todo el material del rodaje esperando tomar forma en el montaje: «No está nunca lo que tenías en la cabeza, pero lo que hay es o que hay, y a lo mejor también vale para contar lo que querías. Tuve que renunciar a mis imágenes a favor de lo que había, porque no eran mis imágenes en la memoria», cuenta Carla Simón.

Con la edición definitiva pasó algo parecido: una dicotomía entre la seguridad que buscaba la productora y la complicidad con la técnica que pretendía la autora, y con el reloj detrás marcando los tiempos porque -relata Valérie Delpierre- «teníamos mucha prisa para entrar en Berlín». «Es bueno contar con gente con más experiencia que tú, pero no necesariamente es lo mejor. En este caso yo prefería hacer cine con quien has crecido, con esa complicidad. Alguien muy profesional tiene sus ventajas, y también algunas desventajas», confiesa Carla Simón, que al final -mitad por elección, mitad por necesidad- acabó primando la cercanía,la presencia de gente con la que ya había entendimiento y que fue capaz de adaptarse a la «estructura complicada» del rodaje, y no al revés. Algo que se nota, cree, en el resultado final.

6. Cuidar la promoción

«Al final siempre queremos vender sensaciones, que la gente las identifique y que lo que mostramos sea coherente con lo que estamos diciendo. Quien recibe el proyecto solo ve lo que le mandamos». Eso que según Valérie Delapierre ven los posibles agentes colaboradores en el proceso, desde antes de su rodaje hasta la promoción de la película ya hecha, son materiales como las preciosas fotografías de la infancia de Carla Simón que han servido como apoyo durante el guión, el rodaje y la promoción. Todo está muy mimado para transmitir lo compacto del proyecto y anticipar su poder emocional.

También está, claro, un dossier exquisito y lleno de información en el que se explica hasta qué punto todo está cuidado en Verano 1993: las atmósferas de la película, su textura, el cásting, la paleta de colores (que se hizo más «abierta» durante el rodaje, según su directora), incluso la bibliografía.

7. Elegir bien los festivales

La clave, con el producto ya acabado: sus plataformas de lanzamiento... o sus sumideros, si no se elige con tiento. «SIempre hay que tener claro qué quieres sacar, cuál es la estrategia para después», comenta Valérie Delpierre. Cuando llegó el momento esa estrategia pasó por pensar en Berlín, no en Cannes. Un territorio demasiado empinado y con excesivos riesgos. «Para qué Cannes. Si vamos allí y no sacamos nada, no somos nada. Pero si conseguimos algo en Berlín, la gente lo recordará y será todo más fácil. Además, Berlín había cuidado el proyecto y hay que tener algo de fidelidad», aclara la productora.

Tras su triunfo en la capital alemana, tocaba España. Tampoco era terreno fácil, ni siquiera con los laureles berlineses. «No queríamos que se viera en España como una película catalana. Aunque es profundamente catalana, queríamos huir de elementos localistas, que no tuviese connotación territorial».Nuevo triunfo. «Después de Berlín, de ganar en Málaga, después de la recepcion del público en Buenos Aires pensé que podíamos estar en muchas partes de muchas maneras» admite Carla Simón.

8. Y la candidatura al Oscar es para...

Uno de esos sitios, el mejor para completar la proyección mundial de su película, es naturalmente, los Oscar. Pero es algo que tampoco se limitó a recibir una invitación de los académicos: hubo también que trabajarlo cuidadosamente: «No fue recibir una carta: apostamos por mandar muchos materiales a los académicos. Nunca hay que dar nada por sentado, hay que pelear igual», señala Valérie Delpierre. La última gran seducción espera ahora en los Estados Unidos. Verano 1996 tiene que meterse en el corazón de otros académicos. ¿Lo logrará?