«Nadie dice nada por miedo, pero hay histeria por los casos de acoso sexual en el cine»

J. C. GEA GIJÓN

CULTURA

Whit Stillman, en el hotel Hernán Cortés de Gijón
Whit Stillman, en el hotel Hernán Cortés de Gijón

El director norteamericano Whit Stillman, homenajeado por el FICX, se opone a la idea de que «el cine es solo imgen porque eso elimina su lado humano»

23 nov 2017 . Actualizado a las 10:59 h.

Whit Stillman (Washington DC, 1952) no puede disimular que lo está pasando en grande en Gijón. No es de extrañar. El Festival Internacional de Cine (FICX) le hizo entrega de su Premio de Honor nada más echar a andar, el pasado viernes, y le ha nombrado presidente del Jurado Internacional que decidirá como queda la Sección Oficial este año. Además, le dedica un pase especial el viernes, a las 20,00 horas, en el teatro Jovellanos, en el que el autor de Metropolitan, Barcelona, The Last Days of Disco y Damiselas en apuros asistirá a la proyección de su última película, la adaptación de Lady Susan de Jane Austen, bajo el título Amor y amistad, tras de la cual mantendrá un encuentro con el público. Seguro que se encuentra cómodo. No solo porque habla mucho mejor de lo que él mismo se reconoce el español que aprendió durante su estancia en México y perfeccionó en Madrid, Gerona o Barcelona, ciudades donde residió, se enamoró, vivió, rodó e incluso tuvo descendencia; tambièn porque claramente Stillman es tan conversador y tan amante de la palabra como lo son sus muy locuaces personajes.

-Personajes que hablan mucho y una vocación de escritor que fue la inicial en usted. ¿En su caso la imagen está al servicio de la palabra?

-Más bien de los personajes. Se suele considerar ahora que lo importante en el cine es lo visual, la fotografía, la imagen. Eso es muy frío. Puedes tener una imagen de alguien. Pero hasta que habla, no lo conocemos de verdad. En el momento en que habla, empezamos a saber muchísimas cosas; no solo lo que dicen: cómo lo dicen, la voz, el acento, todo... Esta idea de que el cine es solo imagen elimina el lado humano del cine. Eso no ha sido así desde siempre. Eso se inventó en los años cincuenta y sesenta. A mí me encantan las películas de los años 30, películas habladas -y muy bien habladas-, y francamente me resultan mucho mejores que las que hemos hecho desde entonces. En 70 minutos, ellos hicieron historias impresionantes con muchos personajes. Hemos perdido disciplina. Hacemos películas muy largas.

-¿Hay que desaprender, volver a las raíces?

-Exacto. Ellos sabían muchísimo. En estas películas los personajes no eran un cliché para manipular, sino que cada uno tiene sus razones, puedes ven lo que quieren hacer... Es algo más humano. Es cine se ha politizado y se ha cargado estereotipos.

-¿Politizado? ¿En el sentido de lo «políticamente correcto»?

-Sí. Ves cómo a menudo la gente adopta simplemente el punto de vista de su grupo y yo creo más bien en una mezcla de puntos de vista, como se tenía en esa época. Querían ser correctos con el público, no meter propaganda en sus películas... quizá sea porque he tenido suerte y solo he visto buenas películas de aquella época.

-Pero a usted de le ha acusado de eso mismo, precisamente desde la corrección política: de hablar solo de una determinada clase social, la burguesía cultivada, cosmopolita y urbana de la Costa Este...

-Sí, recuerdo cuando estábamos montando mi segunda película, Barcelona, que la mostramos varias veces a un grupo de invitados para saber si estaba todo en orden, y hubo un comentario que encontré estúpido y divertido sin pretenderlo: alguien que dijo de Barcelona era eurocéntrica. ¿Cómo no serlo si estábamos rodando en Europa? Uno de los proyectos que he querido hacer siempre es un rodaje en Jamaica, con jamaicanos negros, y sé que sería muy, muy criticado. No pude financiarlo en Londres porque dijeron «¿qué hace este preppy [pijo] neoyorquino con negros jamaicanos?»

-O sea, que no le vale ni una opción ni la otra. ¿Cómo ve la oleada de denuncias sobre acosos sexuales en el mundo del cine y del teatro? ¿Hay riesgo de pasar de la denuncia justificada a la caza de brujas?

-Absolutamente, absolutamente. Todo lo que se publica va en una dirección, que es la de la caza. Pero todas las conversaciones que he tenido con mujeres en la industria dicen lo contrario: que es una histeria y que no es correcto lo que está pasando. Hay gente, como Kevin Spacey, que está acusada de algo. ¿Quién iba a imaginar que Kevin, borracho y en una fiesta iba a intentar algo? ¡Qué sorpresa! Así que anulan películas de festivales porque sale Kevin Spacey, rehacen secuencias, tiran a la basura series de televisión que valen millones de dólares con el trabajo de muchísima gente... Si es verdad que ha hecho estas cosas y que eran graves, también lo es que el trabajo de las víctimas está siendo tirado a la basura junto con el culpable al que se quiere castigar. Se castiga otra vez a las víctimas. Quizá habían aguantado el mal comportamiento de Kevin Spacey porque querían hacer su trabajo, hacer el proyecto, y ahora todo eso está siendo borrado. Públicamente nadie quiere decir nada en contra de eso porque tienen tanto miedo de Twitter o no sé qué...

-Usted sí.

-Porque te lo digo en castellano. No me lo traduzcas (Ríe).

-Esa Norteamérica burguesa, blanca, culta y cosmopolita, ¿hasta qué punto es la misma que ha votado y sustenta a Trump?

-Cuando empezó empezaron los realities televisivos ya se sabiía que iba a ser algo malo. Es como esa creencia de los indios sobre las fotos que capturas el alma de quien fotografías y la destruyes: cuando han empezado a utilizar personas reales en historias inventadas para entretener al gran público, como un circo para la gente actual, han provocado mucho daño: el número de divorcios, suicidios y cosas malas que pasan con la gente que pasa por ellos es terrible es terrible. Y es ahí donde se han inventado esta cosa de Trump. Es un payaso desde siempre, siempre ha querido promocionarse y la gente se reía de él. El productor de NBC que creó The Apprentice, el programa donde participaba Trump, ha hecho muchas cosas malas en televisión. Hay gente en televisión que quiere hacer las cosas mejor, hacer espectadores más inteligentes, y hay otros que buscan  solo la popularidad y la vulgaridad: él ha inventado ese programa con Trump  su You’re fired!, con su ingenio de superrico y brillante hombre de negocios. Ha inventado ese personaje y luego le han dado la cobertura a Trump todas las horas, todo el tiempo. Hay tres canales de noticias que hablan solo de una misma cosa. Hemos tenido más información con noticieros de treinta minutos que ahora con noticieros de 24 horas, porque solo hablan de lo mismo. Hace un año solo hablaban del incidente en Ferguson, Missouri. Ha fomentado conflictos raciales. Ese ambiente ha provocado la situación de Trump. Espero que todo esto tan feo pase cuando pase Trump. No tiene raíces, es un oportunista. Pero da mucho miedo y me sigue sorprendiendo que todo puede pasar.También es culpa de las políticas relacionadas sobre la identidad, tan extremas.

-¿En qué sentido?

-Cuando yo estaba en Harvard había gente que se identificaba con tal o cual artista solo porque era de su misma raza. Qué pobre es esa idea. Mi escritor favorito era Isaac Bashevis Singer, un judío polaco de una comunidad muy aislada, escribiendo en yidis; nada tiene en común conmigo, y lo tiene todo: sus personajes, sus puntos de vista, su humor... los adoro. Y lo mismo me pasa con la música jamaicana. La siento muy cerca. Viene de las iglesias y, si eres cristiano, te conmueve mucho: la repetición, el ritmo, todo eso. Por eso no entiendo que prefieras un director o un artista porque es un hombre, o porque es mujer, o porque es como yo blanco, pijo, cristiano, americano... Para nada. En Hollywood, cuando alguien me ha dicho: «Yo vengo del mismo mundo que tú», no coincido en nada con ellos. Este asunto de la identidad es terrible.

-Ya que lo plantea, sigamos por ahí. No siempre es de buena educación plantear temas de actualidad política nacional a los invitados, pero tratándose de usted, es obligado preguntarle por Cataluña. ¿Reconoce estos días la Cataluña donde vivió, rodó, tuvo a sus hijas...?

-Normalmente tampoco hablo de política, pero esto es algo nos toca directamente, porque una parte de mi familia es catalana desde siempre. Mis hijas son nacidas en Cataluña, están censadas y votan allí. Mi familia es castellanoparlante. Sus abuelos sufrieron muchísimo en la Guerra Civil: el padre de mi exmujer fue asesinado al principio de la guerra, el otro casi lo fue antes del final. Adoro Gerona, es una ciudad fantástica de gente buenísima, con una población muy culta... Amamos tanto todo eso. Por eso queremos una solución de entendimiento, de empatía. Admiro mucho a la gente catalana y todas sus cualidades. Pero en esa división que se busca, los dos lados pierden tanto... Ellos dirán que no son españoles, pero visto desde fuera, como americano, aun si hablan en catalán, son españoles. Me parece que no se dan cuenta de todo lo que tienen en común con el resto de España. No son franceses... y yo vivo en Francia. Es verdad que son gente del continente, son europeos y hay diferencias.  Parece que se ha frenado lo que estaba pasando. Espero que logren curarlo y que haya una solución amable y feliz de todo esto.

-Protagonizó un momento muy cómico en La línea del cielo, de Fernando Colomo, cuando aquel español con ganas de comerse Nueva York, Antonio Resines no conseguía pronunciar el apellido «Thornton». ¿Cómo ve a los españoles de hoy? ¿Pronunciamos ya mejor «Thornton»?

-España y los españoles han cambiado mucho. Yo llegué a España en marzo de 1980 con mi español aprendido, y olvidado, de México, y me encantó la España que encontré. Sí ha cambiado mucho, pero el cambio ya se había producido con la Constitución del 78 y poco después de que yo llegara con el fracaso de Tejero. Mi suegro, que murió hace tiempo, era un tipo maravilloso. Ahora veo mucha gente como él: esa generación distinguida, responsable, jubilada pero activa, que existen tanto en Barcelona como en Madrid, ciudades a las que veo mucho parecido.

-Ha narrado momentos de transición de los 70 a los 80, de la Barcelona de los 80 a la Olímpica, del siglo XVIII al XIX... ¿Dónde recalará en su próximo proyecto?

-No creo en un proceso de progreso y decadencia único, sino en progresos y decadencias que suceden a la vez. Tenemos teléfonos y cine que no existían en el siglo XVIII, pero hay muchas cosas en cuanto al pensamiento que creo que en la película Amor y amistad, en muchos campos era el momento más alto del pensamiento, la pintura, el arte, la arquitectura, la música... Un momento realmente impresionante. Tenemos que intentar que todo sea lo mejor que pueda ser. Si dices que ya podemos relajarnos, olvidarnos, volvernos perezosos, estaremos en una situación terrible. Yo creo que, con las cosas que generamos en el pasado, podemos construir el futuro que deseemos. Lo veo por ejemplo en esta ciudad, en Gijón, estos días, con edificios antiguos magníficos y otros que tienen 50 años y son horribles. Tengo muchos amigos en Estados Unidos que están haciendo algo que no veo en Europa: regenerar la arquitectura tradicional y clásica para hacer pueblos, ciudades y edificios mejores, que intentan resolver el daño que el coche y las vías rápidas han hecho en los territorios. Hay que repensar la vida de la gente. Es tan agradable el casco antiguo de ciudades como Gijón, ciudades donde la gente todavía caminaba... Mis amigos arquitectos hacen eso. Cuando el uso de elementos modernos en las ciudades que son horribles y que están ya deteriorándose permita sustituirlos

-¿Y lo mismo vale para el cine?

-SIempre hay que pensar si lo que estamos haciendo es lo mejor. ¿Es realmente necesario hacer películas de dos horas y media? Rodando mi piloto de Cosmopolitans para Amazon he aprendido que se puede hacer todo muy rápido y se pueden escribir secuencias nuevas cuando haga falta. Espero seguir así.

-¿Por qué difícil es encontrar una buena comedia?

-Creo que es una cuestión de dinero. Con esta manía de dividir todo en géneros, se piensa que no va a tener calidad ni va a ser rentable, que va a quedar en la broma fácil. Es un problema también de festivales, creo, porque van a por la película «de festival». Hay que buscar proyectos de calidad que también intenten encontrar su público, películas como Lucky, como hay que buscar películas dramáticas que quieran hablar con el público. Festivales como Cannes premian a veces películas que no son buenas y que no interesan a nadie salvo gente de festivales.

-No diré nada de Lucky para no comprometerle como jurado.

-No importa, si a mí me gusta algo, seguro que no va a ganar.