«El sentido de un final», el pasado nunca pasa del todo

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

Las transiciones, la vuelta al pasado y el regreso al presente, están montadas con una notable virtuosismo, como si los caminos estuvieran firmemente trazados y solo necesitáramos abrir una puerta para recorrerlos

13 dic 2017 . Actualizado a las 08:09 h.

«Recuerdo los días de mi adolescencia como en una sala de espera, aguardando la libertad. Pero lo que llegó fue la universidad y la sala de espera se hizo más grande», dice la voz en off del cuasi septuagenario protagonista de El sentido de un final, un Jim Broadbent soberbio, gruñón vendedor de viejas cámaras Leica. Un personaje y una actuación que están a la altura que el actor alcanzó en Le weekend o en Another Year, cimas tan elevadas porque, precisamente, tocaban tierra. «Soy tu caballero geriátrico de armadura brillante», se ofrece el sardónico a su hija embarazada.

El pasado nunca pasa del todo y regresa repentinamente con la forma de una carta y del diario de un amigo desaparecido. La rememoración y el olvido, la inquietud del deseo y la amargura de lo que no fue son las claves lúgubres que el resignado anacoreta ha enterrado para poder seguir viviendo. Entonces, la memoria debe trabajar, abrirse paso entre mil capas protectoras, salir de la oscuridad a la luz. Broadbent emerge de las sombras en continuos flashbacks, a veces con su aspecto de viejo, otras con el cuerpo juvenil de Billy Howle. Las transiciones, la vuelta al pasado y el regreso al presente, están montadas con una notable virtuosismo, como si los caminos estuvieran firmemente trazados y solo necesitáramos abrir una puerta para recorrerlos. La crónica de amor frustrado y de amistades rotas se la narra Broadbent a su ex -magnífica Harriet Walter, de Downton Abbey- que recibe las confidencias con el resplandor de certeras cuchilladas. «Nuestra vida es una historia que contamos a otros», diría Julian Barnes, cuya novela homónima adapta brillantemente este filme.

Charlotte Rampling y Freya Mavor -ahora y ayer del mismo personaje- son el amor interrumpido, roto. Y representan la fascinante inaccesibilidad de la mujer introspectiva que se esfuma entre las manos del soñador. «Espero que duermas como los impíos», susurra la tentación, al oído del héroe.

«Cuando eres joven quieres que tus emociones sean como las de los libros. Ya de viejo solo deseas que apoyen aquello en lo que se ha convertido tu vida». Pero el relato concluye con un fogonazo que arrasa la isla emocional del viejo.