Un pícaro en el corazón de la dictadura

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

ivan gimenez

Martínez de Pisón documenta las andanzas del estafador austríaco Albert von Filek, que convenció a Franco de que podía fabricar gasolina sintética con agua del Jarama

08 feb 2019 . Actualizado a las 17:55 h.

«En ocho meses España habrá logrado su autarquía en materia de carburantes». La Voz de Galicia titulaba así, el 8 de febrero de 1940, una noticia de la agencia Cifra que aseguraba que muy pronto el país podría producir tres millones de litros diarios de gasolina sintética gracias a un preparado secreto a base de hierbas y agua del río Jarama. Acabada la Guerra Civil apenas unos meses antes, la perspectiva de no tener que importar petróleo seduce al régimen dictatorial, poniendo todos los medios para la fábrica del «carburante nacional» que necesita el inventor de tan ansiada fórmula, Albert von Filek, «austríaco de nacimiento y español de corazón».

Muy pronto aquel próspero horizonte se desvaneció, revelando a Filek como lo que en realidad era, un estafador que había conseguido embaucar a no pocas víctimas con su cuento de la gasolina autóctona: la última de ellas, el mismísimo Franco. Filek (Seix Barral) es también el título del libro que resume la investigación que ha llevado a Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) de archivo en archivo siguiendo el escurridizo rastro del pícaro. El escritor se topó con una breve mención a Filek en la biografía de Franco de Paul Preston y ahí se encendió la chispa. Poco a poco, a través de documentos y noticias de la época, fue reconstruyendo la etapa española del austríaco, que empezó precisamente al tiempo que se instauraba la Segunda República.

Historial delictivo

«Llegó a España cuando ya tenía un amplio historial delictivo en diferentes países. Su carrera como estafador se inicia tras la Primera Guerra Mundial en territorios que habían formado parte del Imperio Austrohúngaro y prosigue en otros países. Era un delincuente internacional pero de chicha y nabo, más un pícaro y un superviviente que un estafador de altos vuelos. Y en España seguirá siendo lo mismo: de hecho, vive en casas de huéspedes de las que suele marcharse sin pagar», confirma Pisón, que halló evidencias de que en los años republicanos recurrió al timo de la gasolina sintética para estafar tanto a particulares como al Estado: «Filek no se arredraba ante nada. Intentó vender sus falsos inventos a dos Gobiernos republicanos. La primera vez no lo consiguió y la segunda, ya durante la guerra, lo detuvieron por supuesto espionaje, acusación de la que sería absuelto. Si esas dos veces le salió mal, la tercera acabaría funcionándole, y las personas a las que engañó fueron nada menos que Franco y Serrano Suñer, el Cuñadísimo. Como todo estafador, Filek confiaba en sus dotes de persuasión, que a veces tenían éxito y a veces no».

Acabada la guerra, Filek tuvo con la dictadura la suerte que le había sido esquiva antes. A su pericia pícara se le sumó a su favor su paso por varias cárceles republicanas -«se salvó por los pelos de morir en Paracuellos», afirma Pisón- y ese terreno fértil para sus intereses que fue la primera posguerra. «En una España desolada como la de 1939, solo un milagro podía sacar a la población de la extrema pobreza. El extraño providencialismo del régimen de Franco, que al fin y al cabo se sentía elegido por Dios, proporcionaba una verosimilitud digamos mágica al engaño de Filek, que fue acogido como ese milagro que esperaban. Un sabio de origen germánico en una época en la que lo germánico era tan prestigioso, una lealtad al Caudillo de la que no había por qué dudar, la promesa de que en muy poco tiempo España se convertiría en la primera potencia exportadora de petróleo... Todo se alió para que le creyeran los que querían creerle. Solo que, al final, la famosa gasolina sintética era un mejunje absurdo que ni siquiera había llegado a patentar», resume Pisón.

Una vez descubierto el engaño, la dictadura se apresuró a borrar sus huellas, hasta el punto de que Filek volvió a la cárcel sin juicio previo: «Habría facilitado que se airearan las vergüenzas y habría dejado un interesante rastro documental». Pero algún rastro sí quedó, el que Pisón ha ido siguiendo en registros como el de la propiedad industrial, el BOE, noticias como la publicada por La Voz, archivos españoles y extranjeros... Por ejemplo, se guardan las actas de las pruebas -fueron necesarias dos- que destaparon la estafa. «Sorprendentemente, el primer análisis, hecho cuando todavía Filek contaba con la protección del régimen, no fue concluyente. El segundo, hecho cuando ya había caído en desgracia, tiene hasta ribetes cómicos, y los propios miembros del comité científico se ríen un poco de las chapuzas de Filek», explica el autor.

Hipótesis y conjeturas

Filek, el libro, arma un minucioso rompecabezas en torno al estafador, cuyas piezas Pisón ha conseguido encajar a base de paciente investigación. Y, adonde no llega la documentación, plantea hipótesis y conjeturas para completar su retrato. Los lectores habituales de sus novelas y relatos verán en Filek un pariente de algunos de los timadores que asoman en sus páginas. «En principio, tendemos a sentir simpatía por la figura de un estafador que consigue engañar a Franco en un momento en que el régimen ejerce una represión feroz, cercana al genocidio. Luego descubres que el personaje es muy turbio y dejas de sentir esa simpatía. En mis libros de ficción abundan los estafadores, pero son personajes que no carecen de escrúpulos y que casi siempre nos inspiran afecto», reconoce el escritor.

Pese al connotado marco histórico en el que se mueve el austríaco, queda en el aire la sensación de que en otra época sus métodos habrían sido diferentes pero el objetivo el mismo. «Cada período tiene sus estafas. Hace unos años fue la construcción, luego ciertos productos financieros, ahora quién sabe... Tal vez la gran estafa actual sea el tráfico de información personal sacada de Internet, que nos pone en manos de gente capaz de moldear a su antojo nuestros gustos, nuestros sentimientos, nuestra ideología. Ahora los estafados somos todos nosotros, aunque no lo sepamos», concluye Pisón.