«Necesitamos dar la vuelta al papel de los mercados en sitios donde no deben estar»

Raúl Álvarez OVIEDO

CULTURA

Michael J. Sandel
Michael J. Sandel Fronteiras do PensamientoFPA

El filósofo Michael Sandel alerta contra la segregación social que causa la desigualdad, defiende la educación moral de los jóvenes y trabaja por el uso de internet como vehículo de debate

20 oct 2018 . Actualizado a las 19:46 h.

No debe de haber tantos filósofos universitarios que tengan su propia ficha en IMDB, la base de datos online que recopila las trayectorias profesionales de la gente del cine y la televisión. Pero Michael Sandel (Minneapolis, 1953), catedrático en Harvard, la tiene porque ha conseguido a la vez el respeto académico de sus pares y romper fronteras con la audiencia de las conferencias TED que cuelga en internet y su aparición en programas producidos por la BBC o la televisión pública japonesa NHK. De él se ha escrito que es la primera estrella del rock de la filosofía, pero él se considera un mero seguidor de la tradición socrática de buscar mediante la formulación de preguntas a sus interlocutores respuestas a las grandes cuestiones éticas.

¿Cómo podemos ponernos de acuerdo sobre los conceptos de verdad y justicia en una época en la que se debate qué son hechos y qué noticias falsas?

Sí, lo pone bastante difícil. La predominancia de las noticias falsas no es la causa de nuestros desacuerdos políticos, sino un síntoma de ellos y de la polarización de la política actual. En las democracias de todo el mundo hay una frustración extendida acerca de los términos del discurso público. Yo creo que esa frustración está justificada porque en las últimas décadas los partidos y las élites políticas no han sido capaces de abordar las grandes cuestiones éticas que preocupan mucho a los ciudadanos. Incluyo aquí la justicia, el crecimiento de la desigualdad y la forma de crear sociedades verdaderamente inclusivas en las que se respeten los desacuerdos y el pluralismo. Estas son las grandes preguntas que el discurso público tendría que abordar pero, en gran medida, no ha sido capaz de hacerlo, de manera que necesitamos un discurso público mejor, uno que trate las cuestiones como los valores, la ética y el bien común de una manera más directa.

¿Ha muerto el debate público entendido como un verdadero debate? ¿Ya solo tenemos conversaciones en las que nadie escucha a los demás?

Sí, parece que hemos perdido la capacidad de escucharnos los unos a los otros más allá de nuestras diferencias sociales y económicas, o de nuestras identidades políticas. Creo que tenemos que redescubrir el arte perdido del discurso democrático. Para conseguirlo, debemos trabajar en la capacidad de escuchar e incluso de ponernos en el lugar de aquellos con los que estamos en desacuerdo para poder entenderlos.

Ha mencionado la desigualdad como uno de los problemas que preocupan a los ciudadanos. ¿Cómo afecta a las sociedades?

De dos maneras. La primera, la más conocida, es que priva a muchos ciudadanos de acceso a algunos aspectos esenciales de una buena vida, incluidos la salud y la sanidad, la educación, la vivienda, el transporte y una voz en política. La segunda, sobre todo según la hemos observado en las últimas décadas, es que, a medida que se profundiza la desigualdad, quienes tienen dinero y quienes no lo tienen llevan vidas separadas, cada vez más alejadas entre sí. En muchos aspectos: la vivienda, el trabajo, las compras, el ocio. Todo eso se desarrolla en extremos opuestos. Envían a los niños a colegios distintos, además. Esa división social hace que sea difícil tener la sensación de una vida común. Pero, si no compartimos esa vida común, es muy difícil razonar juntos acerca de nuestras diferencias y nuestros desacuerdos. Dicho de otra manera, el segundo problema de la desigualdad es esa tendencia a la segregación, que daña al espíritu del bien común.

Para abordar esos problemas, le he visto defender en una de sus conferencias en internet una vuelta a los economistas clásicos, a Adam Smith, Karl Marx o John Stuart Mill, que defendían subordinar la economía a la filosofía moral. El mundo no parece ir por ahí. ¿Qué propone para conseguirlo?

Tiene razón en que he argumentado que necesitamos reconectar la economía con la filosofía moral. Y también tiene razón en que, hasta el momento, mi mensaje no ha tenido éxito. Al menos, no por completo. No obstante, pienso que es un proyecto a largo plazo. Tiene que empezar con las generaciones más jóvenes. Deberíamos cultivar en nuestros jóvenes la capacidad de razonar juntos, discutir juntos y debatir juntos sobre las cuestiones éticas destacadas. No necesariamente van a llegar a acuerdos pero cultivarán los hábitos de la escucha y el respeto mutuo incluso en los casos de discrepancia. Espero que esto suceda a partir de mi experiencia con la participación de los ciudadanos, y especialmente de los jóvenes, en debates sobre el papel de los mercados, igualdad y desigualdad, identidades políticas discrepantes, justicia y bien común. Veo que el público en general, y otra vez especialmente los jóvenes, tiene hambre de reflexión sobre esas grandes preguntas, de integrarlas en la vida real. Así que, aunque no pueda decir que haya tenido éxito en dar la vuelta al papel de los mercados en aquellos lugares donde no les compete estar, espero poder hacer alguna aportación modesta y conseguir que mejoren la educación cívica y el discurso público. Por ahí, creo, tenemos que empezar.

El viernes se mostró escéptico e incluso pesimista sobre el futuro de las redes sociales, pero usted las usa para transmitir sus lecciones. Y tiene mucho éxito. ¿De dónde le viene la vena negativa?

Creo que internet puede ser tanto una fuerza del bien como del mal en lo que toca al discurso público. Una fuerza del mal porque gran parte de las redes sociales sencillamente difunden un discurso intolerante, duro, lleno de insultos. Por desgracia, aquí podemos incluir incluso a algunos políticos… Vamos a dejarlo ahí, sin nombres. En ese sentido, las redes sociales están corrompiendo el discurso cívico. Pero la parte esperanzadora de internet, o al menos de su uso potencial para el bien, es que se convierta en un vehículo para la educación cívica y el debate político por encima de las fronteras. Son esos los experimentos en los que he participado. No solo hemos subido mis ponencias sobre justicia, sino que también hemos probado formas de crear un diálogo aplicando la tecnología para superar las fronteras. Por ejemplo, he participado en un programa para la BBC, El filósofo global, donde hicimos un experimento: colocamos 60 monitores en el estudio, cada uno conectado con un país diferente, y mantuvimos debates con gente de todo el mundo sobre inmigración, cambio climático, libertad de expresión y otros dilemas morales y políticos. Invitar a tanta gente distinta a apuntarse al debate representa el uso potencialmente positivo de internet para el discurso cívico. Lo que yo espero es que los usos positivos superen la naturaleza corruptora de internet… Pero de nuevo reconozco que no sé si tendré éxito o no.