«La vida es como la contamos en el cine y el teatro, no como la cuentan los decretos ley»

J. C. Gea GIJÓN

CULTURA

Juan Diego, en el FICX 56
Juan Diego, en el FICX 56 Juan González

Juan Diego, que rueda estos días la comedia «A pesar de todo», está presente en la apertura del FICX 56 para recoger el premio Nacho Martínez

16 nov 2018 . Actualizado a las 17:43 h.

La inconfundible voz quebrantada de Juan Diego lo está un poco más estos días. El actor que el Festival Internacional de Cine de Gijón ha decidido galardonar este año con el Premio Nacional de Cinematografía 'Nacho Martínez' ha vivido «una semana intensa» para poder ajustar el calendario y no faltar en la gala inaugural del FICX 56: «Todos los santos días me he levantado a las cinco menos cuarto para poder rodar». Está metido hasta las cachas en A pesar de todo, un largometraje producido por Netflix y dirigido por la argentina Claudia Tagliavini junto a un poderoso elenco femenino: Blanca Suárez, Amaia Salamanca, Macarena García, Belén Cuesta, Marisa Paredes o Rossy de Palma; pero ha apretado los horarios para un premio que -ha dicho hoy en rueda de prensa- es para él «emocionante» e «importante» porque, entre otras cosas, evoca el talento del malogrado actor y doblador asturiano que «fue una pena que se nos fuera tan pronto».

-¿Qué compartieron? ¿Cómo vivieron aquellos tiempos de cambio social y cultural del que Nacho ha quedado como una especie de emblema, a pesar de las pocas películas en las que intervino?

-Mi recuerdo de Nacho, más que profesional, es de la bohemia anterior a todos esos años, cuando se follaba mucho, cogíamos grandes pedos y hacíamos trovas y esas cosas, porque Nacho cantaba muy bien, y yo también. Eso se da en los cantaores flamencos potentes que, cuando se emborrachan y alguien tiene una guitarra a mano, empiezan a pegarse cantes de un par de cojones. Alguna noche recuerdo, cuando aparecían Imanol [Arias], el gordo Echanove, Nacho y otros compañeros, saliendo de alguna función o de algún sitio y queriendo huír de estar por ahí tirados con el resto de los borrachos. Nos íbamos a alguna casa y alguien decía: «¡Oye! ¿Le damos a la poesía?»

 -¿Y eso?

-Sí, sí, consistía en coger un libro sin ver siquiera el que era, abrirlo al alzar y ponerte a leer donde cayera. Era muy interesante. Nacho tenía una retentiva muy interesante para evocar los poemas, encontrar el estilo -si era lírico o era épico-, y tenía una forma muy poderosa de proyectarlos y de echarlos afuera. Lo pasamos muy bien. Era una época en la que teníamos muchos sueños. Luego ya vino la profesión, nos dispersamos, nos atomizamos,no nos volvíamos a ver, todo era el «¡oye, que hay que quedar!», pero no luego no encontrabas modo. Pero es algo que forma parte de la profesión. Ayer mismo, nos lo decíamos Emilio Gutiérrez Caba y yo; nos preguntándonos cuánto hacía que no trabajábamos juntos.  ¡Desde el setenta!

-Era una época de grandes cambios en la que se tuvo mucha fe en que la cultura, incluidos teatro y cine, podían aportar mucho a la trasnformación y la mejora del país. Una confianza que no sé si hemos perdido. ¿Cómo recuerda todo aquello y todo lo de después?

-Efectivamente, existió. Pero se fue produciendo una mercantilización cada vez mayor, incluso en los poderes públicos. Se ha instaurado una cultura de la mercancía, cuyo afán es vender, por más repugnante que pueda ser a veces lo que vende. En la cultura como en todos los terrenos. Nosotros no podíamos escaparnos de ahí porque ya no depende de ti, sino de quién hace la película. Cuando haces el tipo de película que de verdad te interesa o te aporta algo, suelen ser películas de bajo coste, rodadas a golpe de pulmón y de las que sacas muy poco en términos económicos. De esas se hacen cuarenta cada año.

-Ahora que da esa cifra: este otoño se han estrenado casi esa misma cantidad de películas españolas que compiten entre sí y acaban teniendo muy poca recaudación. Queremos producción española, pero ¿hay espectadores suficientes para absorberla?

-Es que no hay mercado. Hay mercado de corralito, el que nos dejan las 'majors' norteamericanas, y en ese corralito que nos dejan se ha ido perdiendo el sentido de Estado de la cultura, como en Francia o en otros países de nuestro entorno. Nosotros tenemos el enemigo en casa; lo que hacemos no es que no les guste o que no le apoyen: es que les jode, les molesta. ¡Pero bueno! ¡Si la vida es más como la contamos nosotros que como la cuentan los decretos ley! El arte no puede ser contemplativo ni pelota, como esos tertulianos que empiezan a hablar y uno sabe ya de qué pesebre son. Me parece legítimo, pero no nos engañemos. Lo mismo sucede con los investigadores, investigando con tanto talento montañas de cosas sin apenas medios o con sus propios medios, condenados a irse, en abandono, cuando están conociendo y descubriendo y haciendo montañas de cosas… Aquí la cultura se castiga. ¿Cómo es posible? ¿En manos de quién ha caído este pais?

-¿En manos de quién ha caído este país?

-Estamos al servicio de algo, y no sabemos de qué. No sabemos ni quiénes son. Con hacer lo que Europa manda nos ahorramos muchísimas decisiones y muchísimos gastos. Y no es una cuestión solo de parte o de partido. Hay gente de la derecha que tiene una manera cojonuda de entender el país desde su propia parte; es interesante, merece toda la atención… pero claro, eso tiene que ver con la cultura de las personas y con la inteligencia, no con los cuatro mantras que se lanzan por la mañana: que si la Hispanidad, que si los 50 millones de negros y de moros que van a entrar por ahí. Es todo falta de cultura y desinformación. De ser de otro modo, de apoyarse la cultura de verdad, este país sería otro.

-Está rodando una película donde el protagonismo, detrás y delante de las cámaras es esencialmente de mujeres. Usted, que es hombre de lucha, ¿cómo ve la que están planteando las mujeres, en particular desde el cine y el teatro?

-Cuando me dieron el premio de la Unión de Actores, había una manifestación de actrices y de compañeras del teatro. Y al recogerlo dije: «Bueno, compañeras, ya sabéis que aquí está recogiendo este premio un machista». Se hizo un silencio tremendo. Y me expliqué. Creo que es inevitable que todos seamos machistas. Lo somos porque todo lo que viene de atrás nos ha hecho así; pero, una vez asumido esos siglos y siglos que llevamos a la espalda, he empezado a dejar de estudiar para dejar de serlo hace ya muchos años. A ver si de alguna manera soy un machista más solidario, más respetuoso con el otro y con la otra; sobre todo, en este caso, con la otra, que es la más desfavorecida. Lo primero es que el machista sepa que lo es. Y a partir de ahí, me parece estupendo que haya más mujeres en los consejos de administración y todas esas cosas, pero lo básico es a trabajo igual, salario igual. Y eso dejará a cuatro o seis millones de mujeres liberadas. Liberadas, libres para decir: «Te vas a la mierda, hijo de puta, no quiero tu dinero, tengo mi sueldo». Eso, claro, no interesa.

-Contaba en la rueda de prensa con arrobo su descubrimiento de la poesía de San Juan de la Cruz, en cuya piel acabaría metiéndose de la mano de Saura muchos años después. ¿Sigue teniendo esos deslumbramientos, esas epifanías?

-Sí, sí. Incluso con cosas que ya conocías o has leído y que relees desde otro punto de vista, de otra manera, y aparecen con otra luz, y te dices: «¡Lo que se me había pasao, gracias Dios mío!»