«El veredicto»: el torturado reino de la señora Thompson

eduardo galán blanco

CULTURA

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La película, del director Richard Eyre, es aparentemente sencilla pero muy retorcida

25 nov 2018 . Actualizado a las 09:30 h.

«La belleza no tiene otro origen que la herida», dijo Jean Genet sobre la obra de Giacometti. La atribulada hermosura del personaje recreado por Emma Thompson en El veredicto -que adapta una novela de Ian McEvan- evoca daños inexplicados y profundos. Su ecuánime jueza del tribunal de menores es tan recta en la Corte como frágil y vulnerable se intuye su alma torturada en las facetas de la vida cotidiana. En el hogar, la incomunicación y el trabajo se han impuesto -como un sacerdocio agobiante, como un refugio carcelario- sobre las relaciones afectivas. Así que su marido -enorme, como siempre, Stanley Tucci- plantea un ultimátum con nombre de becaria de la universidad. Por el camino, un joven testigo de Jehová de 17 años se niega a una transfusión de sangre que le salvaría la vida. Y, como si se hubiese disparado un mecanismo de resorte secreto, la implicación de la protagonista en dicho caso va más allá de cualquier otro asunto legal que nuestra jueza hubiera tratado antes.

El director de este filme, aparentemente sencillo pero muy retorcido, es Richard Eyre, que ya había abundado en los barros del abandono amoroso con Diario de un escándalo, fábula sobre el deseo alimentada por aquella maravillosa enamorada ofendida interpretada por Judi Dench, a la que daba unas mortales calabazas la diosa Cate Blanchett. Eyre es un discreto pero impecable director de actores, capaz de sacar lo mejor de los mejores. Y Emma Thompson, una actriz cada vez más humana y más grande, consigue una encarnación antológica, reinando con sus reglas sobre toda la película. A veces -es inevitable- su interpretación recuerda a la de la batalladora abogada de En el nombre del padre. Pero, en realidad, la tormenta que nos oculta está hecha con los materiales de pérdida de El invitado de invierno, una perla casi siempre olvidada en la filmografía de la gran Thompson que aquí canta el poema de Yeats -«pero yo era joven y tonto…»- como si obedeciera a un ritual misterioso, construido con renuncias y terribles responsabilidades. Pues, casi todo es liturgia y compromiso atroz en la vida de su personaje. «Ese chaval perdió a Dios y te encontró a ti», resume, aplastante, el buen colega Anthony Calf.